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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE. Capitulo quinto: COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO.

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158. La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida.

El combate y la vigilancia

159. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del Maligno, y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18).

Algo más que un mito

160. No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural. Precisamente, la convicción de que este poder maligno está entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva. Es verdad que los autores bíblicos tenían un bagaje conceptual limitado para expresar algunas realidades y que en tiempos de Jesús se podía confundir, por ejemplo, una epilepsia con la posesión del demonio. Sin embargo, eso no debe llevarnos a simplificar tanto la realidad diciendo que todos los casos narrados en los evangelios eran enfermedades psíquicas y que en definitiva el demonio no existe o no actúa. Su presencia está en la primera página de las Escrituras, que acaban con la victoria de Dios sobre el demonio[120]. De hecho, cuando Jesús nos dejó el Padrenuestro quiso que termináramos pidiendo al Padre que nos libere del Malo. La expresión utilizada allí no se refiere al mal en abstracto y su traducción más precisa es «el Malo». Indica un ser personal que nos acosa. Jesús nos enseñó a pedir cotidianamente esa liberación para que su poder no nos domine.

161. Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea[121]. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 P 5,8).

Despiertos y confiados

162. La Palabra de Dios nos invita claramente a «afrontar las asechanzas del diablo» (Ef 6,11) y a detener «las flechas incendiarias del maligno» (Ef 6,16). No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero. Si nos descuidamos nos seducirán fácilmente las falsas promesas del mal, porque, como decía el santo cura Brochero, «¿qué importa que Lucifer os prometa liberar y aun os arroje al seno de todos sus bienes, si son bienes engañosos, si son bienes envenenados?»[122].

163. En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella. Menos aún si cae en un espíritu de derrota, porque «el que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. […] El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal»[123].

La corrupción espiritual

164. El camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos «con las lámparas encendidas» (Lc 12,35) y permanezcamos atentos: «Guardaos de toda clase de mal» (1 Ts 5,22). «Estad en vela» (Mt 24,42; cf. Mc 13,35). «No nos entreguemos al sueño» (1 Ts 5,6). Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento. Como no encuentran algo grave que reprocharse, no advierten esa tibieza que poco a poco se va apoderando de su vida espiritual y terminan desgastándose y corrompiéndose.

165. La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14). Así acabó sus días Salomón, mientras el gran pecador David supo remontar su miseria. En un relato, Jesús nos advirtió acerca de esta tentación engañosa que nos va deslizando hacia la corrupción: menciona una persona liberada del demonio que, pensando que su vida ya estaba limpia, terminó poseída por otros siete espíritus malignos (cf. Lc 11,24-26). Otro texto bíblico utiliza una imagen fuerte: «El perro vuelve a su propio vómito» (2 P 2,22; cf. Pr 26,11).

El discernimiento

166. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual.

Una necesidad imperiosa

167. Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento.

168. Esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la propia vida, y entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del espíritu del diablo. En otras ocasiones sucede lo contrario, porque las fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a dejar las cosas como están, a optar por el inmovilismo o la rigidez. Entonces impedimos que actúe el soplo del Espíritu. Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias, temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de los tiempos»— para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21).

Siempre a la luz del Señor

169. El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer. Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano[124]. Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia». Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones.

Un don sobrenatural

170. Es verdad que el discernimiento espiritual no excluye los aportes de sabidurías humanas, existenciales, psicológicas, sociológicas o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las sabias normas de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia. Aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites. No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que él. El discernimiento, en definitiva, conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al que ha enviado: Jesucristo (cf. Jn 17,3). No requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más inteligentes o instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los humildes (cf. Mt 11,25).

171. Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios. Así podemos dejar nacer esa nueva síntesis que brota de la vida iluminada por el Espíritu.

Habla, Señor

172. Sin embargo, podría ocurrir que en la misma oración evitemos dejarnos confrontar por la libertad del Espíritu, que actúa como quiere. Hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos.

173. Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la salvación. No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado, ya que las mismas soluciones no son válidas en toda circunstancia y lo que era útil en un contexto puede no serlo en otro. El discernimiento de espíritus nos libera de la rigidez, que no tiene lugar ante el perenne hoy del Resucitado. Únicamente el Espíritu sabe penetrar en los pliegues más oscuros de la realidad y tener en cuenta todos sus matices, para que emerja con otra luz la novedad del Evangelio.

La lógica del don y de la cruz

174. Una condición esencial para el progreso en el discernimiento es educarse en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros. Él no hace caer fuego sobre los infieles (cf. Lc 9,54), ni permite a los celosos «arrancar la cizaña» que crece junto al trigo (cf. Mt 13,29). También se requiere generosidad, porque «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35). No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo. Porque la felicidad es paradójica y nos regala las mejores experiencias cuando aceptamos esa lógica misteriosa que no es de este mundo, como decía san Buenaventura refiriéndose a la cruz: «Esta es nuestra lógica»[125]. Si uno asume esta dinámica, entonces no deja anestesiar su conciencia y se abre generosamente al discernimiento.

175. Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar. Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.

Este texto esta completo en la pagina del vaticano en el siguiente botón:  VATICAN.VA

 


Catequesis del Papa Francisco sobre la Eucaristía

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En la audiencia del Miércoles 8 de noviembre de 2017 el papa inicio una nueva serie de Catequesis, dirigiendo los temas fundamentalmente al corazón de la iglesia La Eucaristía como señala el Papa en su introducción a esta catequesis “Es fundamental para para nosotros cristianos comprender bien el valor y el significado de la Santa Misa, para vivir cada vez más plenamente nuestra relación con Dios”.

A Continuación el texto de la audiencia:

No podemos olvidar el gran número de cristianos que, en el mundo entero, en dos mil años de historia, han resistido hasta la muerte por defender la eucaristía; y cuántos, todavía hoy, arriesgan la vida para participar en la misa dominical. En el año 304, durante las persecuciones de Diocleciano, un grupo de cristianos, del norte de África, fueron sorprendidos mientras celebraban misa en una casa y fueron arrestados. El procónsul romano, en el interrogatorio, les preguntó por qué lo hicieron, sabiendo que estaba absolutamente prohibido. Y respondieron: «Sin el domingo no podemos vivir», que quería decir: si no podemos celebrar la eucaristía, no podemos vivir, nuestra vida cristiana moriría.

De hecho, Jesús dijo a sus discípulos: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día» (Juan 6, 53-54).

Estos cristianos del norte de África fueron asesinados porque celebraban la eucaristía. Han dejado el testimonio de que se puede renunciar a la vida terrena por la eucaristía, porque esta nos da la vida eterna, haciéndonos partícipes de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un testimonio que nos interpela a todos y pide una respuesta sobre qué significa para cada uno de nosotros participar en el sacrificio de la misa y acercarnos a la mesa del Señor. ¿Estamos buscando esa fuente que «fluye agua viva» para la vida eterna, que hace de nuestra vida un sacrificio espiritual de alabanza y de agradecimiento y hace de nosotros un solo cuerpo con Cristo? Este es el sentido más profundo de la santa eucaristía, que significa «agradecimiento»: agradecimiento a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos atrae y nos transforma en su comunión de amor.

En las próximas catequesis quisiera dar respuesta a algunas preguntas importantes sobre la eucaristía y la misa, para redescubrir o descubrir, cómo a través de este misterio de la fe resplandece el amor de Dios.

El Concilio Vaticano II fue fuertemente animado por el deseo de conducir a los cristianos a comprender la grandeza de la fe y la belleza del encuentro con Cristo. Por este motivo era necesario sobre todo realizar, con la guía del Espíritu Santo, una adecuada renovación de la Liturgia, porque la Iglesia continuamente vive de ella y se renueva gracias a ella. Un tema central que los Padres conciliares subrayaron es la formación litúrgica de los fieles, indispensable para una verdadera renovación. Y es precisamente éste también el objetivo de este ciclo de catequesis que hoy empezamos: crecer en el conocimiento del gran don que Dios nos ha donado en la eucaristía. La eucaristía es un suceso maravilloso en el cual Jesucristo, nuestra vida, se hace presente. Participar en la misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre por la salvación del mundo» (Homilía en la santa misa, Casa S. Marta, 10 de febrero de 2014). El Señor está ahí con nosotros, presente. Muchas veces nosotros vamos ahí, miramos las cosas, hablamos entre nosotros mientras el sacerdote celebra la eucaristía… y no celebramos cerca de Él. ¡Pero es el Señor! Si hoy viniera aquí el presidente de la República o alguna persona muy importante del mundo, seguro que todos estaríamos cerca de él, querríamos saludarlo. Pero pienso: cuando tú vas a misa, ¡ahí está el Señor! Y tú estas distraído. ¡Es el Señor! Debemos pensar en esto. «Padre, es que las misas son aburridas” —«pero ¿qué dices, el Señor es aburrido?» —«No, no, la misa no, los sacerdotes» —«Ah, que se conviertan los sacerdotes, ¡pero es el Señor quien está allí!». ¿Entendido? No lo olvidéis. «Participar en la misa es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Intentemos ahora plantearnos algunas preguntas sencillas. Por ejemplo, ¿por qué se hace la señal de la cruz y el acto penitencial al principio de la misa? Y aquí quisiera hacer un paréntesis. ¿Vosotros habéis visto cómo se hacen los niños la señal de la cruz? Tú no sabes qué hacen, si la señal de la cruz o un dibujo. Hacen así [hace un gesto confuso]. Es necesario enseñar a los niños a hacer bien la señal de la cruz. Así empieza la misa, así empieza la vida, así empieza la

jornada. Esto quiere decir que nosotros somos redimidos con la cruz del Señor. Mirad a los niños y enseñadles a hacer bien la señal de la cruz. Y estas lecturas, en la misa, ¿por qué están ahí? ¿Por qué se leen el domingo tres lecturas y los otros días dos? ¿Por qué están ahí, qué significa la lectura de la misa? ¿Por qué se leen y qué tiene que ver? O ¿por qué en un determinado momento el sacerdote que preside la celebración dice: «levantemos el corazón»? No dice: «¡Levantemos nuestro móviles para hacer una fotografía!». ¡No, es algo feo! Y os digo que a mí me da mucha pena cuando celebro aquí en la plaza o en la basílica y veo muchos teléfonos levantados, no solo de los fieles, también de algunos sacerdotes y también obispos. ¡Pero por favor! La misa no es un espectáculo: es ir a encontrar la pasión y la resurrección del Señor. Por esto el sacerdote dice: «levantemos el corazón». ¿Qué quiere decir esto? Recordadlo: nada de teléfonos.

Es muy importante volver a los fundamentos, redescubrir lo que es esencial, a través de aquello que se toca y se ve en la celebración de los sacramentos. La pregunta del apóstol santo Tomas (cf Juan 20, 2 5), de poder ver y tocar las heridas de los clavos en el cuerpo de Jesús, es el deseo de poder de alguna manera «tocar» a Dios para creerle. Lo que santo Tomás pide al Señor es lo que todos nosotros necesitamos: verlo, tocarlo para poder reconocer.

Los sacramentos satisfacen esta exigencia humana. Los sacramentos y la celebración eucarística de forma particular, son los signos del amor de Dios, los caminos privilegiados para encontrarnos con Él.

En la conclusión de esta catequesis el papa quiere que redescubramos el sentido pleno y la belleza que se esconde en la celebración eucarística y como esta da sentido pleno a la vida de cada uno de nosotros.

Si quieres puedes leer mas acerca de estas catequesis en la pagina oficial del vaticano :

Vatican.va

 

San Maximiliano Kolbe –“Una vida extraordinaria”

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El día 14 de Agosto la iglesia celebró con mucho gozo la fiesta de San Maximiliano Kolbe, un hombre  que demostró en sus actos que amaba a Dios, a la virgen y los hermanos por esto la iglesia lo nombra un mártir de la caridad a continuación el texto de la homilía de su canonización realizada por San Juan Pablo II el 10 de octubre del 1982:

Nadie tiene mayor amor que este: dar su vida por sus amigos ( Jn 15:13).

Desde hoy, la Iglesia desea llamar “santo” a un hombre al que se le ha permitido cumplir las palabras anteriores del Redentor de una manera absolutamente literal.

Por hacia el final de julio de 1941, cuando por orden del jefe del campo se hizo para alinear los prisioneros destinados a morir de hambre, este hombre, Maximiliano María Kolbe, vino espontáneamente hacia adelante y se declaró dispuesto a ir a muerte en reemplazando uno de ellos.

Esta disposición fue aceptada, y para su padre Maximiliano, después de más de dos semanas de tormento por hambre, la vida finalmente se levantó con una inyección mortal el 14 de agosto de 1941.

Todo esto sucedió en el campo de concentración de Auschwitz, donde fueron puestos a la muerte durante la guerra aproximadamente 4.000.000 personas, incluyendo el Siervo de Dios, Edith Stein (carmelita Sor Teresa Benedicta de la Cruz), cuya causa de La beatificación está en marcha en la Congregación competente. La desobediencia contra Dios, el Creador de la vida, que dijo “no matar”, provocó en este lugar la inmensa masacre de tantos inocentes.

Al mismo tiempo, por lo tanto, nuestra era ha permanecido horriblemente marcada por el exterminio del hombre inocente.

2. El padre Maximilian Kolbe, siendo él mismo un prisionero del campo de concentración, ha reclamado, en el lugar de la muerte, el derecho a la vida de un hombre inocente, uno de 4,000,000.

Este hombre (Franciszek Gajowniczek) aún vive y está presente entre nosotros. El padre Kolbe reclamó su derecho a la vida, declarando su voluntad de ir a la muerte, porque era un hombre de familia y su vida era necesaria para sus seres queridos. El Padre Maximiliano María Kolbe reafirmó así el derecho exclusivo del Creador a la vida del hombre inocente y dio testimonio de Cristo y de amar. De hecho, el apóstol Juan escribe: “De esto hemos conocido el amor: él ha dado su vida por nosotros; por lo tanto, también debemos dar nuestras vidas por nuestros hermanos “(1 Jn 3:16).

Entregando su vida a un hermano, el Padre Maximiliano, que la Iglesia ya ha venerado como “bendita” desde 1971, de una manera particular se ha vuelto similar a Cristo.

3. Nosotros, por lo tanto, que hoy en día, el domingo, 10 de octubre nos reunimos frente a la basílica de San Pedro en Roma, nos gustaría expresar el valor especial que tiene en los ojos de Dios la muerte de un mártir del padre Maximiliano Kolbe:  “Estimada es a los ojos del Señor / es la muerte de sus fieles “( Ps115 [116], 15), así que repetimos en el Salmo responsorial. ¡Realmente es precioso e invaluable! A través de la muerte que Cristo sufrió en la Cruz, la redención del mundo se ha realizado, ya que esta muerte tiene el valor del amor supremo. A través de la muerte que había sufrido por el padre Maximiliano Kolbe, un signo claro de este amor se ha renovado en nuestro siglo, que puede tan alto, y en muchos aspectos se ve amenazado por el pecado y la muerte.

Aquí, en esta liturgia de canonización parece que aparecerá ante nosotros que “mártir” de Oswiecim (como Pablo VI llamó) y decir:
“Soy tu siervo, Señor, / yo soy tu siervo, hijo de tu doncella; / has roto mis cadenas “( Ps 115 [116], 16). Y, casi recogiendo en uno el sacrificio de toda su vida, él, sacerdote e hijo espiritual de San Francisco, parece decir:  “¿Qué le daré al Señor / por lo que él me ha dado? / Levantaré la copa de la salvación / e invocaré el nombre del Señor “( Ps 115 [116], 12s).

Estas son palabras de gratitud. La muerte sufrida por el amor, en lugar del hermano, es un acto heroico del hombre, a través del cual, junto con el nuevo santo, glorificamos a Dios. De él proviene la Gracia de tal heroísmo, de este martirio.

4. Por lo tanto, glorifiquemos hoy la gran obra de Dios en el hombre. Frente a todos nosotros, reunidos aquí, el padre Maximiliano Kolbe levanta su “copa de salvación”, que contiene el sacrificio de toda su vida, sellado con la muerte de un mártir “por hermano”.

Para este sacrificio definitivo, Maximiliano se preparó siguiendo a Cristo desde los primeros años de su vida en Polonia. De esos años surge el misterioso sueño de dos coronas: una blanca y otra roja, entre las cuales nuestro santo no elige, pero acepta ambas. De hecho, desde los años de la juventud, un gran amor por Cristo y el deseo de martirio lo impregnaban.

Este amor y deseo lo acompañaron en el camino de la vocación franciscana y sacerdotal, a la que estaba preparando tanto en Polonia como en Roma. Este amor y este deseo lo siguieron a través de todos los lugares del servicio sacerdotal y franciscano en Polonia, y también del servicio misional en Japón.

5 . La inspiración de toda su vida fue la Inmaculada, a quien le confió su amor por Cristo y su deseo de martirio. En el misterio de la Inmaculada Concepción reveló ante los ojos de su alma ese mundo maravilloso y sobrenatural de la Gracia de Dios ofrecido al hombre. La fe del Padre Maximiliano y sus obras de toda la vida indican que concibió su colaboración con la gracia divina como una milicia bajo el signo de la Inmaculada Concepción. La característica mariana es particularmente expresiva en la vida y la santidad del padre Kolbe. Con esta marca también se marcó todo su apostolado, tanto en la patria como en las misiones. Tanto en Polonia como en Japón, las ciudades especiales de la Inmaculada (“Niepokalanow” polaco, “Mugenzai no Sono”, japonés) fueron el centro de este apostolado.

6. ¿Qué sucedió en el campo de concentración Hunger Bunker en Oswiecim (Auschwitz) el 14 de agosto de 1941?

La liturgia de hoy responde a esto: aquí “Dios ha probado” a Massimiliano María “y lo ha encontrado digno de sí mismo” (ver Sap3,5). Lo sintió “como oro en el crisol / y le gustó como un holocausto” (ver Sap 3,6).

Aunque “a los ojos de los hombres sufrió castigos”, sin embargo “su esperanza está llena de inmortalidad” porque “las almas de los justos están en las manos de Dios, / ningún tormento los tocará”. Y cuando, humanamente hablando, alcanzan el tormento y la muerte, cuando “a los ojos de los hombres parecía que morían …”, cuando “su partida de nosotros se consideraba un desastre …”, “están en paz” : experimentan la vida y la gloria “en las manos de Dios” (véase Sab 3, 1-4).

Esta vida es el resultado de la muerte en la semejanza de la muerte de Cristo. Gloria es participación en su resurrección.

¿Qué pasó entonces en el Hunger Bunker, el 14 de agosto de 1941?

Las palabras que Cristo dirigió a los Apóstoles se cumplieron, de modo que “irían y darían fruto y su fruto se mantendría” (cf Jn 15, 16 ).

¡De una manera maravillosa, el fruto de la muerte heroica de Maximilian Kolbe persiste en la Iglesia y en el mundo!

7. Lo que sucedió en el campo de “Auschwitz” miró a los hombres. E incluso si en sus ojos debe haber parecido que un “compañero” de su tormento “murió”, incluso si pudieran considerar “su ruina” humanamente como “una ruina”, sin embargo en su conciencia esto no era solo “muerte”.

Maximiliano no murió, pero “dio su vida … por su hermano”.

Hubo en esta muerte, terrible desde el punto de vista humano, toda la grandeza definitiva del acto humano y de la elección humana: él mismo se entregó a la muerte por amor.

Y en este su muerte humana fue el claro testimonio dado a Cristo:
el testimonio dado en Cristo a la dignidad, la santidad de su vida y el poder salvador de la muerte, en la que vemos el poder del amor.

Precisamente por esta razón, la muerte de Maximilian Kolbe se convirtió en una señal de victoria. Esta fue la victoria que se muestra en todo el sistema de desprecio y odio hacia el hombre y de lo que es divino en el hombre, una victoria similar a la que trajo nuestro Señor Jesucristo en el Calvario.

“Ustedes son mis amigos, si hacen lo que les ordeno” ( Jn 15:14)

8. La Iglesia acepta esta señal de victoria, traída por el poder de la redención de Cristo, con veneración y gratitud. Intenta leer su elocuencia con toda humildad y amor.

Como siempre, cuando proclama la santidad de sus hijos y sus hijas, por lo que en este caso, se trata de actuar con la debida exactitud y responsabilidad, que penetra todos los aspectos de la vida y la muerte del Siervo de Dios.

Sin embargo, la Iglesia debe, al mismo tiempo, tenga cuidado, lee el signo de la santidad dada por Dios a su Siervo terrenal, de no dejar escapar toda su elocuencia y sentido definitivo.

Y así, al juzgar la causa del Beato Maximiliano Kolbe que tenías – incluso después de su beatificación – tomar en consideración las muchas voces del pueblo de Dios, y especialmente a nuestros hermanos en el episcopado, Polonia y Alemania-que pidió a anunciar Massimiliano Kolbe santo “como mártir”.

Ante la elocuencia de la vida y la muerte del Beato Maximiliano, no podemos dejar de reconocer lo que parece constituir el contenido principal y esencial del signo dado por Dios a la Iglesia y al mundo en su muerte.

¿No es esta muerte enfrentada espontáneamente, a través del amor al hombre, un cumplimiento particular de las palabras de Cristo?

¿No hace Massimiliano particularmente similar a Cristo, Modelo de todos los Mártires, que da su vida en la Cruz por los hermanos?

¿No posee una muerte tan particular, una elocuencia penetrante para nuestra época?

¿No constituye un testimonio particularmente auténtico de la Iglesia en el mundo contemporáneo?

9. Y por lo tanto, en virtud de mi autoridad apostólica, he decretado que Maximiliano María Kolbe, quien, después de su beatificación fue venerado como un confesor, es de ahora venerado “también como un mártir”!

“¡Precioso a los ojos del Señor / es la muerte de sus fieles”!

Amén.

el texto original esta en italiano y puedes leerlo completamente en el siguiente link:

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Carta del Papa Francisco al pueblo de Dios

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Este es el texto completo de la carta dirige el papa al pueblo de Dios en respuesta al escandalo por los abusos en Pensilvania.

 .«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26).

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL PUEBLO DE DIOS

«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26). Estas palabras de san Pablo resuenan con fuerza en mi corazón al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas. Un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes. Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad.

1. Si un miembro sufre

En los últimos días se dio a conocer un informe donde se detalla lo vivido por al menos mil sobrevivientes, víctimas del abuso sexual, de poder y de conciencia en manos de sacerdotes durante aproximadamente setenta años. Si bien se pueda decir que la mayoría de los casos corresponden al pasado, sin embargo, con el correr del tiempo hemos conocido el dolor de muchas de las víctimas y constatamos que las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte; las heridas “nunca prescriben”. El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado. Pero su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad. Clamor que el Señor escuchó demostrándonos, una vez más, de qué parte quiere estar. El cántico de María no se equivoca y sigue susurrándose a lo largo de la historia porque el Señor se acuerda de la promesa que hizo a nuestros padres: «Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53), y sentimos vergüenza cuando constatamos que nuestro estilo de vida ha desmentido y desmiente lo que recitamos con nuestra voz.

Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños. Hago mías las palabras del entonces cardenal Ratzinger cuando, en el Via Crucis escrito para el Viernes Santo del 2005, se unió al grito de dolor de tantas víctimas y, clamando, decía: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf. Mt 8,25)» (Novena Estación).

2. Todos sufren con él

La magnitud y gravedad de los acontecimientos exige asumir este hecho de manera global y comunitaria. Si bien es importante y necesario en todo camino de conversión tomar conocimiento de lo sucedido, esto en sí mismo no basta. Hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu. Si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura, en un ámbito donde los conflictos, las tensiones y especialmente las víctimas de todo tipo de abuso puedan encontrar una mano tendida que las proteja y rescate de su dolor (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228). Tal solidaridad nos exige, a su vez, denunciar todo aquello que ponga en peligro la integridad de cualquier persona. Solidaridad que reclama luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual, «porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co 11,14)”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 165). La llamada de san Pablo a sufrir con el que sufre es el mejor antídoto contra cualquier intento de seguir reproduciendo entre nosotros las palabras de Caín: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).

Soy consciente del esfuerzo y del trabajo que se realiza en distintas partes del mundo para garantizar y generar las mediaciones necesarias que den seguridad y protejan la integridad de niños y de adultos en estado de vulnerabilidad, así como de la implementación de la “tolerancia cero” y de los modos de rendir cuentas por parte de todos aquellos que realicen o encubran estos delitos. Nos hemos demorado en aplicar estas acciones y sanciones tan necesarias, pero confío en que ayudarán a garantizar una mayor cultura del cuidado en el presente y en el futuro.

Conjuntamente con esos esfuerzos, es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos. Tal transformación exige la conversión personal y comunitaria, y nos lleva a mirar en la misma dirección que el Señor mira. Así le gustaba decir a san Juan Pablo II: «Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse» (Carta ap. Novo millennio ineunte, 49). Aprender a mirar donde el Señor mira, a estar donde el Señor quiere que estemos, a convertir el corazón ante su presencia. Para esto ayudará la oración y la penitencia. Invito a todo el santo Pueblo fiel de Dios al ejercicio penitencial de la oración y el ayuno siguiendo el mandato del Señor,[1] que despierte nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con una cultura del cuidado y el “nunca más” a todo tipo y forma de abuso.

Es imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Es más, cada vez que hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva, sin vida[2]. Esto se manifiesta con claridad en una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia —tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia— como es el clericalismo, esa actitud que «no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente».[3] El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo.

Siempre es bueno recordar que el Señor, «en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). Por tanto, la única manera que tenemos para responder a este mal que viene cobrando tantas vidas es vivirlo como una tarea que nos involucra y compete a todos como Pueblo de Dios. Esta conciencia de sentirnos parte de un pueblo y de una historia común hará posible que reconozcamos nuestros pecados y errores del pasado con una apertura penitencial capaz de dejarse renovar desde dentro. Todo lo que se realice para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará generar las dinámicas necesarias para una sana y realista transformación. La dimensión penitencial de ayuno y oración nos ayudará como Pueblo de Dios a ponernos delante del Señor y de nuestros hermanos heridos, como pecadores que imploran el perdón y la gracia de la vergüenza y la conversión, y así elaborar acciones que generen dinamismos en sintonía con el Evangelio. Porque «cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).

Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables. Pidamos perdón por los pecados propios y ajenos. La conciencia de pecado nos ayuda a reconocer los errores, los delitos y las heridas generadas en el pasado y nos permite abrirnos y comprometernos más con el presente en un camino de renovada conversión.

Asimismo, la penitencia y la oración nos ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Que el ayuno y la oración despierten nuestros oídos ante el dolor silenciado en niños, jóvenes y minusválidos. Ayuno que nos dé hambre y sed de justicia e impulse a caminar en la verdad apoyando todas las mediaciones judiciales que sean necesarias. Un ayuno que nos sacuda y nos lleve a comprometernos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de abuso sexual, de poder y de conciencia.

De esta forma podremos transparentar la vocación a la que hemos sido llamados de ser «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 1).

«Si un miembro sufre, todos sufren con él», nos decía san Pablo. Por medio de la actitud orante y penitencial podremos entrar en sintonía personal y comunitaria con esta exhortación para que crezca entre nosotros el don de la compasión, de la justicia, de la prevención y reparación. María supo estar al pie de la cruz de su Hijo. No lo hizo de cualquier manera, sino que estuvo firmemente de pie y a su lado. Con esta postura manifiesta su modo de estar en la vida. Cuando experimentamos la desolación que nos produce estas llagas eclesiales, con María nos hará bien «instar más en la oración» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 319), buscando crecer más en amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos enseña a todos los discípulos cómo hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo.

Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la conversión y la unción interior para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción y nuestra decisión de luchar con valentía.

Vaticano, 20 de agosto de 2018

Francisco

Este texto completo se puede encontrar en la pagina oficial del vaticano en el siguiente link :

Vatican. va

Carta Apostólica «DIVINI AMORIS SCIENTIA» de su santidad JUAN PABLO II

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CARTA APOSTÓLICA

«DIVINI AMORIS SCIENTIA»

DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II

CON LA QUE SE DECLARA DOCTORA DE LA IGLESIA UNIVERSAL
A SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ

 

1. La ciencia del amor divino, que el Padre de las misericordias derrama por Jesucristo en el Espíritu Santo, es un don, concedido a los pequeños y a los humildes, para que conozcan y proclamen los secretos del Reino, ocultos a los sabios e inteligentes: por esto Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y bendijo al Padre, que así lo había establecido (cf. Lc 10, 21-22; Mt 11, 25-26).

También se alegra la Madre Iglesia al constatar que, en el decurso de la historia, el Señor sigue revelándose a los pequeños y a los humildes, capacitando a sus elegidos, por medio del Espíritu que «todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Co 2, 10), para hablar de las cosas «que Dios nos ha otorgado (…), no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales» (1 Co 2, 12. 13). De este modo el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad plena, la dota de diversos dones, la embellece con sus frutos, la rejuvenece con la fuerza del Evangelio y la hace capaz de escrutar los signos de los tiempos, para responder cada vez mejor a la voluntad de Dios (cf. Lumen gentium, 4 y 12; Gaudium et spes, 4).

Entre los pequeños, a los que han sido revelados de manera muy especial los secretos del Reino, resplandece Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, monja profesa de la orden de los Carmelitas Descalzos, de la que este año se celebra el centenario de su ingreso en la patria celestial.

Durante su vida, Teresa descubrió «luces nuevas, significados ocultos y misteriosos» (Ms A 83 v) y recibió del Maestro divino la «ciencia del amor», que luego manifestó con particular originalidad en sus escritos (cf. Ms B 1 r). Esa ciencia es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio del Reino y de su experiencia personal de la gracia. Se puede considerar como un carisma particular de sabiduría evangélica que Teresa, como otros santos y maestros de la fe, recibió en la oración (cf. Ms C 36 r).

2. La acogida del ejemplo de su vida y de su doctrina evangélica ha sido rápida, universal y constante en nuestro siglo. Casi a imitación de su precoz maduración espiritual, su santidad fue reconocida por la Iglesia en el espacio de pocos años. En efecto, el 10 de junio de 1914 Pío X firmó el decreto de incoación de la causa de beatificación; el 14 de agosto de 1921 Benedicto XV declaró la heroicidad de las virtudes de la sierva de Dios, pronunciando en esa ocasión un discurso sobre el camino de la infancia espiritual; y Pío XI la proclamó beata el 29 de abril de 1923. Un poco más tarde, el 17 de mayo de 1925, el mismo Papa, ante una inmensa multitud, la canonizó en la basílica de San Pedro, poniendo de relieve el esplendor de sus virtudes, así como la originalidad de su doctrina, y dos años después, el 14 de diciembre de 1927, acogiendo la petición de muchos obispos misioneros, la proclamó, junto con san Francisco Javier, patrona de las misiones.

A partir de esos reconocimientos, la irradiación espiritual de Teresa del Niño Jesús ha aumentado en la Iglesia y se ha difundido por todo el mundo. Muchos institutos de vida consagrada y movimientos eclesiales, especialmente en las Iglesias jóvenes, la han elegido como patrona y maestra, inspirándose en su doctrina espiritual. Su mensaje, a menudo sintetizado en el así llamado «caminito», que no es más que el camino evangélico de la santidad para todos, ha sido objeto de estudio por parte de teólogos y autores de espiritualidad. Se han construido y dedicado al Señor, bajo el patrocinio de la santa de Lisieux, catedrales, basílicas, santuarios e iglesias en todo el mundo. La Iglesia católica en sus diversos ritos, tanto de Oriente como de Occidente, celebra su culto.

Numerosos fieles han podido experimentar el poder de su intercesión. Muchos, llamados al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, especialmente en las misiones y en la vida contemplativa, atribuyen la gracia divina de la vocación a su intercesión y a su ejemplo.

3. Los pastores de la Iglesia, comenzando por mis predecesores los Sumos Pontífices de este siglo, que propusieron su santidad como ejemplo para todos, también han puesto de relieve que Teresa es maestra de vida espiritual con una doctrina sencilla y, a la vez, profunda que ella tomó de los manantiales del Evangelio bajo la guía del Maestro divino y luego comunicó a sus hermanos y hermanas en la Iglesia con amplísima eficacia (cf. Ms B 2 v – 3 r).

Esta doctrina espiritual nos ha sido transmitida sobre todo en su autobiografía que, tomada de los tres manuscritos redactados por ella en los últimos años de su vida y publicada un año después de su muerte con el título: Historia de un alma (Lisieux 1898), ha despertado extraordinario interés hasta nuestros días. Esta autobiografía, traducida, al igual que sus demás escritos, a cerca de cincuenta lenguas, ha dado a conocer a Teresa en todas las regiones del mundo, incluso fuera de la Iglesia católica. A un siglo de distancia de su muerte, Teresa del Niño Jesús sigue siendo considerada una de las grandes maestras de vida espiritual de nuestro tiempo.

4. No es sorprendente, por tanto, que hayan llegado a la Sede apostólica muchas peticiones para que se le conceda el título de Doctora de la Iglesia universal.

Desde hace algunos años, y especialmente al acercarse la alegre celebración del primer centenario de su muerte, esas peticiones han llegado cada vez en mayor número, incluso de parte de Conferencias episcopales. Además, se han realizado congresos de estudio y abundan las publicaciones que ponen de relieve el hecho de que Teresa del Niño Jesús posee una sabiduría extraordinaria y, con su doctrina, ayuda a muchos hombres y mujeres de cualquier condición a conocer y amar a Jesucristo y su Evangelio.

A la luz de estos datos, decidí encargar un atento estudio para saber si la santa de Lisieux cumplía los requisitos para poder ser declarada Doctora de la Iglesia universal.

5. En este marco, me complace recordar brevemente algunos momentos de la vida de Teresa del Niño Jesús. Nace en Alençon (Francia) el 2 de enero de 1873. Es bautizada dos días más tarde en la iglesia de Notre Dame, recibiendo los nombres de María Francisca Teresa. Sus padres son Louis Martín y Zélie Guérin, cuyas virtudes heroicas he reconocido recientemente. Después de la muerte de su madre, que acontece el 28 de agosto de 1877, Teresa se traslada con toda la familia a la ciudad de Lisieux donde, rodeada del afecto de su padre y sus hermanas, recibe una formación exigente y, a la vez, llena de ternura.

Hacia fines de 1879 recibe por primera vez el sacramento de la penitencia. En el día de Pentecostés de 1883 recibe la gracia singular de curar de una grave enfermedad, por intercesión de Nuestra Señora de las Victorias. Educada por las benedictinas de Lisieux, recibe la primera comunión el 8 de mayo de 1884, después de una intensa preparación, coronada por una singular experiencia de la gracia de la unión íntima con Jesús. Pocas semanas más tarde, el 14 de junio del mismo año, recibe el sacramento de la confirmación, con viva conciencia de lo que implica el don del Espíritu Santo en la participación personal en la gracia de Pentecostés. En la Navidad de 1886 vive una experiencia espiritual muy profunda, que describe como una «conversión total». Gracias a ella, supera la fragilidad emotiva derivada de la pérdida de su madre e inicia «una carrera acelerada» por el camino de la perfección (cf. Ms A 44 v – 45 v).

Teresa desea abrazar la vida contemplativa, como sus hermanas Paulina y María, en el Carmelo de Lisieux, pero se lo impide su corta edad. Con ocasión de una peregrinación a Italia, después de visitar la santa Casa de Loreto y los lugares de la ciudad eterna, en la audiencia que el Papa concede a los fieles de la diócesis de Lisieux, el 20 de noviembre de 1887, con filial audacia pide a León XIII el permiso para entrar en el Carmelo a la edad de 15 años.

El 9 de abril de 1888 entra en el Carmelo de Lisieux, donde recibe el hábito de la orden de la Virgen el 10 de enero del año siguiente, y emite su profesión religiosa el 8 de septiembre de 1890, fiesta de la Natividad de la Virgen María. En el Carmelo emprende el camino de la perfección trazado por la madre fundadora, Teresa de Jesús, con auténtico fervor y fidelidad, cumpliendo los diversos oficios comunitarios que se le confían. Iluminada por la palabra de Dios y probada de modo particular por la enfermedad de su amadísimo padre, Louis Martín, que muere el 29 de julio de 1894, Teresa se encamina hacia la santidad, insistiendo en la centralidad del amor. Descubre y comunica a las novicias encomendadas a su cuidado el caminito de la infancia espiritual, progresando en el cual ella penetra cada vez más en el misterio de la Iglesia y, atraída por el amor de Cristo, siente crecer en sí misma la vocación apostólica y misionera, que la impulsa a llevar a todos hacia el encuentro con el Esposo divino.

El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, se ofrece como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. El 3 de abril del año siguiente, en la noche entre el Jueves y el Viernes santo, tiene una primera manifestación de la enfermedad que la llevará a la muerte. Teresa la acoge como la misteriosa visita del Esposo divino. Al mismo tiempo, entra en la prueba de la fe, que durará hasta su muerte. Al empeorar su salud, a partir del 8 de julio de 1897, es trasladada a la enfermería. Sus hermanas y otras religiosas recogen sus palabras, mientras los dolores y las pruebas, sufridos con paciencia, se intensifican hasta culminar con la muerte, en la tarde del 30 de septiembre de 1897. «Yo no muero; entro en la vida», había escrito a uno de sus hermanos espirituales, don Bellière (Carta 244). Sus últimas palabras: «Dios mío, te amo», son el sello de su existencia.

6. Teresa del Niño Jesús nos ha legado escritos que, con razón, le han merecido el título de maestra de vida espiritual. Su obra principal es el relato de su vida en los tres Manuscritos autobiográficos (A, B C), publicados inicialmente con el título, que pronto se hizo célebre, de Historia de un alma.

En el Manuscrito A, redactado a petición de la hermana Inés de Jesús, entonces priora del monasterio, y entregado a ella el 21 de enero de 1896, Teresa describe las etapas de su experiencia religiosa: su infancia, especialmente el acontecimiento de su primera comunión y de la confirmación, y su adolescencia, hasta el ingreso en el Carmelo y su primera profesión.

El Manuscrito B, redactado durante el retiro espiritual de ese mismo año, a petición de su hermana María del Sagrado Corazón, contiene algunas de las páginas más hermosas, conocidas y citadas de la santa de Lisieux. En ellas se manifiesta la plena madurez de la santa, que habla de su vocación en la Iglesia, Esposa de Cristo y Madre de las almas.

El Manuscrito C, redactado en el mes de junio y en los primeros días de julio de 1897, pocos meses antes de su muerte, y dedicado a la priora María de Gonzaga, que se lo había pedido, completa los recuerdos del Manuscrito A sobre su vida en el Carmelo. Estas páginas revelan la sabiduría sobrenatural de la autora. Teresa narra algunas experiencias elevadísimas de este período final de su vida. Dedica páginas conmovedoras a la prueba de la fe: una gracia de purificación que la sumerge en una larga y dolorosa noche oscura, iluminada por su confianza en el amor misericordioso y paternal de Dios. Una vez más, y sin repetirse, Teresa hace brillar la resplandeciente luz del Evangelio. Aquí encontramos las páginas más hermosas, dedicadas al abandono confiado en las manos de Dios, a la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo, y a su vocación misionera en la Iglesia.

Teresa, en estos tres manuscritos diversos, que coinciden en una unidad temática y en una progresiva descripción de su vida y de su camino espiritual, nos ha entregado una original autobiografía, que es la historia de su alma. En ella se pone claramente de manifiesto que en su existencia Dios ofrece al mundo un mensaje preciso, al señalar un camino evangélico, el «caminito», que todos pueden recorrer, porque todos están llamados a la santidad.

En sus 266 Cartas que conservamos, dirigidas a familiares, a religiosas y a los «hermanos» misioneros, Teresa comunica su sabiduría, desarrollando una doctrina que constituye de hecho un profundo ejercicio de dirección espiritual de almas.

Forman parte de sus escritos también 54 Poesías, algunas de las cuales entrañan gran profundidad teológica y espiritual, inspiradas en la sagrada Escritura. Entre ellas merecen especial mención «Vivir de amor» (Poesías, 17) y «Por qué te amo, María» (Poesías, 54), síntesis original del camino de la Virgen María según el Evangelio. A esta producción hay que añadir 8 Recreaciones piadosas: composiciones poéticas y teatrales, ideadas y representadas por la Santa para su comunidad con ocasión de algunas fiestas, según la tradición del Carmelo. Entre los demás escritos, conviene recordar una serie de 21 Oraciones y la colección de sus palabras pronunciadas durante los últimos meses de vida. Esas palabras, de las que se conservan varias redacciones, son conocidas como Novissima verba Últimas conversaciones.

7. El análisis esmerado de los escritos de santa Teresa del Niño Jesús, y la resonancia que han tenido en la Iglesia, permiten descubrir los aspectos principales de la «doctrina eminente», que constituye el elemento fundamental en el que se basa la atribución del título de Doctora de la Iglesia.

Ante todo, se constata la existencia de un particular carisma de sabiduría. En efecto, esta joven carmelita, sin una especial preparación teológica, pero iluminada por la luz del Evangelio, se siente instruida por el Maestro divino que, como ella dice, es «el Doctor de los doctores» (Ms A 83 v), el cual le comunica las «enseñanzas divinas» (Ms B 1 r). Siente que en ella se han cumplido las palabras de la Escritura: «El que sea sencillo, venga a mí…; al pequeño se le concede la misericordia» (Ms B 1 v; cf. Pr 9, 4; Sb 6, 6) y sabe que ha sido instruida en la ciencia del amor, oculta a los sabios y a los inteligentes, que el Maestro divino se ha dignado revelarle a ella, como a los pequeños (cf. Ms A 49 r; Lc 10, 21-22).

Pío XI, que consideró a Teresa de Lisieux como «estrella de su pontificado», no dudó en afirmar en la homilía del día de su canonización, el 17 de mayo del año 1925: «El Espíritu de la verdad le abrió y manifestó las verdades que suele ocultar a los sabios e inteligentes y revelar a los pequeños, pues ella, como atestigua nuestro inmediato predecesor, destacó tanto en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los demás el camino cierto de la salvación» (AAS 17 [1925] p. 213).

Su enseñanza no sólo es acorde con la Escritura y la fe católica, sino que también resalta por la profundidad y la síntesis sapiencial lograda. Su doctrina es, a la vez, una profesión de la fe de la Iglesia, una experiencia del misterio cristiano y un camino hacia la santidad. Teresa ofrece una síntesis madura de la espiritualidad cristiana: une la teología y la vida espiritual, se expresa con vigor y autoridad, con gran capacidad de persuasión y de comunicación, como lo demuestra la aceptación y la difusión de su mensaje en el pueblo de Dios.

La enseñanza de Teresa manifiesta con coherencia y une en un conjunto armonioso los dogmas de la fe cristiana como doctrina de verdad y experiencia de vida. A este respecto, no conviene olvidar que, como enseña el concilio Vaticano II, la inteligencia del depósito de la fe transmitido por los Apóstoles progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo: «Crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf. Lc 2, 19 y 51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad» (Dei Verbum, 8).

Tal vez en los escritos de Teresa de Lisieux no encontramos, como en otros Doctores, una presentación científicamente elaborada de las cosas de Dios, pero en ellos podemos descubrir un testimonio iluminado de la fe que, mientras acoge con amor confiado la condescendencia misericordiosa de Dios y la salvación en Cristo, revela el misterio y la santidad de la Iglesia.

Así pues, con razón se puede reconocer en la santa de Lisieux el carisma de Doctora de la Iglesia, tanto por el don del Espíritu Santo, que recibió para vivir y expresar su experiencia de fe, como por su particular inteligencia del misterio de Cristo. En ella confluyen los dones de la ley nueva, es decir, la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe viva que actúa por medio de la caridad (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theol. I-II, q. 106, art. 1; q. 108, art. 1).

Podemos aplicar a Teresa de Lisieux lo que dijo mi predecesor Pablo VI de otra joven santa, Doctora de la Iglesia, Catalina de Siena: «Lo que más impresiona en esta santa es la sabiduría infusa, es decir, la lúcida, profunda y arrebatadora asimilación de las verdades divinas y de los misterios de la fe (…): una asimilación favorecida, ciertamente, por dotes naturales singularísimas, pero evidentemente prodigiosa, debida a un carisma de sabiduría del Espíritu Santo» (AAS 62 [1970] p. 675).

8. Con su peculiar doctrina y su estilo inconfundible, Teresa se presenta como una auténtica maestra de la fe y de la vida cristiana. Por sus escritos, al igual que por las afirmaciones de los Santos Padres, pasa la vivificante linfa de la tradición católica, cuyas riquezas, como atestigua también el concilio Vaticano II, «van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora» (Dei Verbum, 8).

La doctrina de Teresa de Lisieux, si se analiza en su género literario, correspondiente a su educación y a su cultura, y si se estudia a la luz de las particulares circunstancias de su época, coincide de modo providencial con la más genuina tradición de la Iglesia, tanto por la profesión de la fe católica como por la promoción de la más auténtica vida espiritual, propuesta a todos los fieles con un lenguaje vivo y accesible.

Ella ha hecho resplandecer en nuestro tiempo el atractivo del Evangelio; ha cumplido la misión de hacer conocer y amar a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo; ha ayudado a curar las almas de los rigores y de los temores de la doctrina jansenista, más propensa a subrayar la justicia de Dios que su divina misericordia. Ha contemplado y adorado en la misericordia de Dios todas las perfecciones divinas, porque «incluso la justicia de Dios, y tal vez más que cualquier otra perfección, me parece revestida de amor» (Ms A 83 v). Así se ha convertido en una imagen viva de aquel Dios que, como reza la oración de la Iglesia, «manifiesta especialmente su poder con el perdón y la misericordia» (cf. Misal romanooración colecta del domingo XXVI del tiempo ordinario).

Aunque Teresa no tiene propiamente un cuerpo doctrinal, sus escritos irradian particulares fulgores de doctrina que, como por un carisma del Espíritu Santo, captan el centro mismo del mensaje de la Revelación en una visión original e inédita, presentando una enseñanza cualitativamente eminente.

En efecto, el núcleo de su mensaje es el misterio mismo de Dios Amor, de Dios Trinidad, infinitamente perfecto en sí mismo. Si la genuina experiencia espiritual cristiana debe coincidir con las verdades reveladas, en las que Dios se revela a sí mismo y manifiesta el misterio de su voluntad (cf. Dei Verbum, 2), es preciso afirmar que Teresa experimentó la revelación divina, llegando a contemplar las realidades fundamentales de nuestra fe encerradas en el misterio de la vida trinitaria. En la cima, como manantial y término, el amor misericordioso de las tres divinas Personas, como ella lo expresa, especialmente en su Acto de consagración al Amor misericordioso. Por parte del sujeto, en la base se halla la experiencia de ser hijos adoptivos del Padre en Jesús; ese es el sentido más auténtico de la infancia espiritual, es decir, la experiencia de la filiación divina bajo el impulso del Espíritu Santo. También en la base, y ante nosotros, está el prójimo, los demás, en cuya salvación debemos colaborar con Jesús y en él, con su mismo amor misericordioso.

Con la infancia espiritual experimentamos que todo viene de Dios, a él vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de amor misericordioso. Ese es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta santa.

Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para ella, en su experiencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su Evangelio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en el esplendor de su existencia gloriosa y en su presencia eucarística. Cantó todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las presenta el Evangelio (cf. Poesías, 24 «Acuérdate, mi Amor»).

Teresa recibió una iluminación particular sobre la realidad del Cuerpo místico de Cristo, sobre la variedad de sus carismas, dones del Espíritu Santo, sobre la fuerza eminente de la caridad, que es el corazón mismo de la Iglesia, en la que ella encontró su vocación de contemplativa y misionera (cf. Ms B 2 r – 3 v).

Por último, entre los capítulos más originales de su ciencia espiritual conviene recordar la sabia investigación que Teresa realizó sobre el misterio y el camino de la Virgen María, llegando a resultados muy cercanos a la doctrina del concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la constitución Lumen gentium y a lo que yo mismo expuse en mi carta encíclica Redemptoris Mater, del 25 de marzo de 1987.

9. La fuente principal de su experiencia espiritual y de su enseñanza es la palabra de Dios, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Ella misma lo confiesa, especialmente poniendo de relieve su amor apasionado al Evangelio (cf. Ms A 83 v). En sus escritos se cuentan más de mil citas bíblicas: más de cuatrocientas del Antiguo Testamento y más de seiscientas del Nuevo.

A pesar de que no tenía preparación y de que carecía de medios adecuados para el estudio y la interpretación de los libros sagrados, Teresa se entregó a la meditación de la palabra de Dios con una fe y un empeño singulares. Bajo el influjo del Espíritu logró, para sí y para los demás, un profundo conocimiento de la Revelación. Concentrándose amorosamente en la Escritura -manifestó que le hubiera gustado conocer el hebreo y el griego para comprender mejor el espíritu y la letra de los libros sagrados- puso de manifiesto la importancia que las fuentes bíblicas tienen en la vida espiritual, destacó la originalidad y la lozanía del Evangelio, cultivó con sobriedad la exégesis espiritual de la palabra de Dios, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo. De esta forma, descubrió tesoros ocultos, asumiendo palabras y episodios, a veces con gran audacia sobrenatural, como cuando, leyendo los textos de san Pablo (cf. 1 Co 12-13), intuyó su vocación al amor (cf. Ms B 3 r – 3 v). Iluminada por la palabra revelada, Teresa escribió páginas admirables sobre la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. Ms C 11 v – 19 r) y se sumergió con la oración de Jesús en la última Cena, como expresión de su intercesión por la salvación de todos (cf. Ms C 34 r – 35 r).

Su doctrina coincide, como ya he dicho, con la enseñanza de la Iglesia. Ya desde niña, sus familiares le enseñaron a participar en la oración y en el culto litúrgico. Al prepararse para su primera confesión, para su primera Comunión y para el sacramento de la confirmación, mostró un amor extraordinario a las verdades de la fe, y se aprendió casi al pie de la letra el Catecismo (cf. Ms A 37 r – 37 v). Al final de su vida, escribió con su propia sangre el Símbolo de los Apóstoles, como expresión de su adhesión sin reservas a la profesión de fe.

Teresa no sólo se alimentó con las palabras de la Escritura y la doctrina de la Iglesia, sino también, desde su niñez, con la enseñanza de la Imitación de Cristo, que, como confiesa ella misma, se sabía casi de memoria (cf. Ms A 47 r). En la realización de su vocación carmelita fueron decisivos los textos espirituales de la madre fundadora, santa Teresa de Jesús, especialmente los que explican el sentido contemplativo y eclesial del carisma del Carmelo teresiano (cf. Ms C 33 v). Pero de modo muy especial Teresa se alimentó de la doctrina mística de san Juan de la Cruz, que fue su verdadero maestro espiritual (cf. Ms A 83 r). Así pues, no es sorprendente que, siguiendo la escuela de estos dos santos, declarados posteriormente Doctores de la Iglesia, también ella, óptima discípula, se haya convertido en maestra de vida espiritual.

10. La doctrina espiritual de Teresa de Lisieux ha contribuido a la extensión del reino de Dios. Con su ejemplo de santidad, de perfecta fidelidad a la Madre Iglesia, de plena comunión con la Sede de Pedro, así como con las particulares gracias que ha obtenido para muchos hermanos y hermanas misioneros, ha prestado un servicio particular a la renovada proclamación y experiencia del Evangelio de Cristo y a la difusión de la fe católica en todas las naciones de la tierra.

No es necesario insistir mucho en la universalidad de la doctrina teresiana y la amplia aceptación de su mensaje durante el siglo que ha transcurrido desde su muerte, pues están muy bien documentadas en los estudios realizados con vistas a la concesión del título de Doctora de la Iglesia a esta santa.

Reviste particular importancia, a este respecto, el hecho de que el Magisterio de la Iglesia no sólo ha reconocido la santidad de Teresa, sino que también ha puesto de relieve su sabiduría y su doctrina. Ya Pío X dijo de ella que era «la santa más grande de los tiempos modernos». Acogiendo con alegría la primera edición italiana de la Historia de un alma, quiso destacar los frutos que se obtenían de la espiritualidad teresiana. Benedicto XV, con ocasión de la proclamación de la heroicidad de las virtudes de la sierva de Dios, ilustró el camino de la infancia espiritual y alabó la ciencia de las realidades divinas, concedida por Dios a Teresa, para enseñar a los demás los caminos de la salvación (cf. AAS 13 [1921] pp. 449-452).

Pío XI, tanto con motivo de su beatificación como de su canonización, quiso exponer y recomendar la doctrina de la santa, subrayando la particular iluminación divina (Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino 1959, p. 91) y definiéndola maestra de vida (cf. AAS 17 [1925] pp. 211-214). Pío XII, con ocasión de la consagración de la basílica de Lisieux en el año 1954, afirmó, entre otras cosas, que Teresa había penetrado con su doctrina en el corazón mismo del Evangelio (cf. AAS 46 [1954] pp. 404-408). El cardenal Angelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII, visitó varias veces Lisieux, especialmente cuando era nuncio en París. Durante su pontificado manifestó en diversas circunstancias su devoción por la santa e ilustró las relaciones entre la doctrina de la santa de Ávila y la de su hija, Teresa de Lisieux (Discorsi, Messaggi, Colloqui, vol. II [1959-1960] pp. 771-772).

Durante la celebración del concilio Vaticano II, varias veces los padres evocaron su ejemplo y su doctrina. Pablo VI, con motivo del centenario de su nacimiento, el 2 de enero de 1973, dirigió una carta al obispo de Bayeux y Lisieux, en la que destacaba el ejemplo de Teresa en la búsqueda de Dios, la proponía como maestra de oración y de esperanza teologal, y modelo de comunión con la Iglesia, recomendando el estudio de su doctrina a los maestros, a los educadores, a los pastores e incluso a los teólogos (cf. AAS 65 [1973] pp. 12-15).

Yo mismo, en varias circunstancias, me he referido a la figura y a la doctrina de la santa, de modo especial con ocasión de mi inolvidable visita a Lisieux, el 2 de junio de 1980, cuando quise recordar a todos: «De Teresa de Lisieux se puede decir con seguridad que el Espíritu de Dios permitió a su corazón revelar directamente a los hombres de nuestro tiempo el misterio fundamental, la realidad del Evangelio (…). El “caminito” es el itinerario de la “infancia espiritual”. Hay en él algo único, un carácter propio de santa Teresa de Lisieux. En él se encuentra, al mismo tiempo, la confirmación y la renovación de la verdad más fundamental y más universal. ¿Qué verdad hay en el mensaje evangélico más fundamental y más universal que ésta: Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos?» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 15).

Estas breves referencias a una ininterrumpida serie de testimonios de los Papas de este siglo sobre la santidad y la doctrina de santa Teresa del Niño Jesús y a la difusión universal de su mensaje, expresan claramente hasta qué punto la Iglesia ha acogido, en sus pastores y en sus fieles, la doctrina espiritual de esta joven santa.

Signo de la aceptación eclesial de la enseñanza de la Santa es el hecho de que el Magisterio ordinario de la Iglesia en muchos documentos ha recurrido a esa doctrina, especialmente al tratar de la vocación contemplativa y misionera, de la confianza en Dios justo y misericordioso, de la alegría cristiana y de la vocación a la santidad. Lo atestigua la presencia de su doctrina en el reciente Catecismo de la Iglesia católica (nn. 127, 826, 956, 1.011, 2.011 y 2.558). Ella, que tanto se esforzó por aprender en el catecismo las verdades de la fe, ha merecido ser incluida entre los autores más destacados de la doctrina católica.

Teresa tiene una universalidad singular. Su persona y el mensaje evangélico del «caminito» de la confianza y de la infancia espiritual han encontrado y siguen encontrando una acogida sorprendente en todo el mundo.

El influjo de su mensaje abarca ante todo a los hombres y mujeres cuya santidad o virtudes heroicas la Iglesia ha reconocido, pastores de la Iglesia, teólogos y autores de espiritualidad, sacerdotes y seminaristas, religiosos y religiosas, movimientos eclesiales y comunidades nuevas, hombres y mujeres de cualquier condición y de todos los continentes. A todos Teresa les ofrece su personal confirmación de que el misterio cristiano, del que es testigo y apóstol mediante la oración al convertirse, como ella afirma con audacia, en «apóstol de los apóstoles» (Ms A 56 r), debe tomarse al pie de la letra, con el mayor realismo posible, porque tiene un valor universal en el tiempo y en el espacio. La fuerza de su mensaje radica en que explica de modo concreto cómo todas las promesas de Jesús se cumplen plenamente en el creyente que acoge con confianza en su vida la presencia salvadora del Redentor.

11. Todas estas razones constituyen un claro testimonio de la actualidad de la doctrina de la santa de Lisieux y del particular influjode su mensaje en los hombres y mujeres de nuestro siglo. Además, concurren algunas circunstancias que hacen aún más significativa su designación como maestra para la Iglesia en nuestro tiempo.

Ante todo, Teresa es una mujer que, leyendo el Evangelio, supo captar sus riquezas escondidas con la forma concreta y la profunda resonancia vital y sapiencial propia del genio femenino. Entre las innumerables mujeres santas que resplandecen por la sabiduría del Evangelio ella destaca por su universalidad.

Teresa es, además, una contemplativa. En el ocultamiento de su Carmelo vivió de tal modo la gran aventura de la experiencia cristiana, que llegó a conocer la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo (cf. Ef 3, 18-19). Dios quiso que no permanecieran ocultos sus secretos, por eso capacitó a Teresa para proclamar los secretos del Rey (cf. Ms C 2 v). Con su vida, Teresa da un testimonio y una ilustración teológica de la belleza de la vida contemplativa, como total entrega a Cristo, Esposo de la Iglesia, y como afirmación viva del primado de Dios sobre todas las cosas. Su vida, a pesar de ser oculta, posee una fecundidad escondida para la difusión del Evangelio e inunda a la Iglesia y al mundo del buen olor de Cristo (cf. Carta 169, 2 v).

Por último, Teresa de Lisieux es una joven. Alcanzó la madurez de la santidad en plena juventud (cf. Ms C 4 r). Como tal se presenta como maestra de vida evangélica, particularmente eficaz a la hora de iluminar las sendas de los jóvenes, a los que corresponde ser protagonistas y testigos del Evangelio entre las nuevas generaciones.

Santa Teresa del Niño Jesús no sólo es, por su edad, la Doctora más joven de la Iglesia, sino también la más cercana a nosotros en el tiempo; así se subraya la continuidad con la que el Espíritu del Señor envía a la Iglesia sus mensajeros, hombres y mujeres, como maestros y testigos de la fe. En efecto, a pesar de los cambios que se producen en el decurso de la historia y de las repercusiones que suelen tener en la vida y en el pensamiento de los hombres de las diversas épocas, no debemos perder de vista la continuidad que une entre sí a los Doctores de la Iglesia: en cualquier contexto histórico, siguen siendo testigos del Evangelio que no cambia y, con la luz y la fuerza que les viene del Espíritu, se hacen sus mensajeros, volviendo a anunciarlo en su integridad a sus contemporáneos. Teresa es maestra para nuestro tiempo, sediento de palabras vivas y esenciales, de testimonios heroicos y creíbles. Por eso, es amada y aceptada también por hermanos y hermanas de otras comunidades cristianas e incluso por muchos no cristianos.

12. En este año, en que se conmemora el centenario de la gloriosa muerte de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, mientras nos preparamos para la celebración del gran jubileo del año 2000, habiendo recibido numerosas y autorizadas peticiones, especialmente de muchas Conferencias episcopales de todo el mundo, y habiendo acogido la petición oficial, o Supplex Libellus, que me dirigieron el 8 de marzo de 1997 el obispo de Bayeux y Lisieux, el prepósito general de la orden de los Carmelitas Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, y el postulador general de la misma orden, decidí encomendar a la Congregación para las causas de los santos, competente en esta materia, «después de haber obtenido el parecer de la Congregación para la doctrina de la fe, por lo que se refiere a la doctrina eminente» (constitución apostólica Pastor bonus, 73), el peculiar estudio de la causa para conceder el título de Doctora a esta santa.

Reunida la documentación necesaria, las dos citadas Congregaciones abordaron la cuestión en sus respectivas Consultas: la de la Congregación para la doctrina de la fe el 5 de mayo de 1997, por lo que atañe a la «doctrina eminente», y la de la Congregación para las causas de los santos el 29 de mayo del mismo año, para examinar la especial «Positio». El 17 de junio sucesivo, los cardenales y los obispos miembros de esas Congregaciones, siguiendo un procedimiento aprobado por mí para esa ocasión, se reunieron en una Asamblea interdicasterial plenaria y discutieron la Causa, expresando por unanimidad un parecer favorable a la concesión a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz del título de Doctora de la Iglesia universal. Dicho parecer me fue notificado personalmente por el señor cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, y por monseñor Alberto Bovone, arzobispo titular de Cesarea de Numidia, pro-prefecto de la Congregación para las causas de los santos.

Teniendo todo eso en cuenta, el pasado 24 de agosto, durante la plegaria del Ángelus, en presencia de centenares de obispos y ante una inmensa multitud de jóvenes de todo el mundo, reunida en París para la XII Jornada mundial de la juventud, quise anunciar personalmente mi intención de proclamar a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz Doctora de la Iglesia universal con ocasión de la celebración de la Jornada mundial de las misiones (en Roma).

Hoy, 19 de octubre de 1997, en la plaza de San Pedro, llena de fieles procedentes de todo el mundo, y en presencia de numerosos cardenales, arzobispos y obispos, durante la solemne celebración eucarística, he proclamado Doctora de la Iglesia universal a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, con estas palabras: «Acogiendo los deseos de gran número de hermanos en el episcopado y de muchísimos fieles de todo el mundo, tras haber escuchado el parecer de la Congregación para las causas de los santos y obtenido el voto de la Congregación para la doctrina de la fe en lo que se refiere a la doctrina eminente, con conocimiento cierto y madura deliberación, en virtud de la plena autoridad apostólica, declaramos a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, virgen, Doctora de la Iglesia universal. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Realizado ese acto del modo debido, establecemos que esta carta apostólica sea religiosamente conservada y produzca pleno efecto tanto ahora como en el futuro; y que, además, según sus disposiciones se juzgue y se defina justamente, y que sea vano y sin fundamento cuanto alguien pueda atentar contra las mismas, con cualquier tipo de autoridad, tanto conscientemente como por ignorancia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 19 del mes de octubre del año del Señor 1997, vigésimo de mi pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II

Homilía de Canonización de Santa Teresita de Lisieux

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CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
EN HONOR DE
SANTA TERESA DEL BAMBIN JESUS

BENEDICTO DEUS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PAPA XI

Domingo, 17 de mayo de 1925

 

Venerables hermanos, amados hijos.

” Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación ” [ 1 ], que, entre muchos solicitud de la oficina apostólica, Dimos este consuelo, la de atribuir primer rollo de Santos a esa Virgen que incluso antes, después del comienzo del Pontificado, levantamos al honor de los Bienaventurados. Es ella la que dio un paso infantil en espíritu de esa infancia que no se puede separar de la grandeza de alma, pero cuya gloria, de acuerdo con las mismas promesas de Jesucristo, es absolutamente digno de ser consagrada en la Jerusalén celeste, y en la iglesia militante.

Del mismo modo, estamos agradecidos a Dios porque ahora se nos permite, como Vicario de su Hijo unigénito, para repetir y para inculcar a todos vosotros, de esta Cátedra de la verdad y durante los ritos solemnes, un recordatorio muy saludable del divino Maestro. Tener los discípulos cuestionaron los que consideran el mayor en el reino de los cielos, Él, ” llamando a un niño y lo había en medio de ellos”, y pronunció estas memorables palabras: “En verdad os digo, a menos que no os hacéis como niños, no entrarás en el reino de los cielos “[ 2 ].

Teresa, la nueva Santa, habiendo absorbido vívidamente esta doctrina evangélica, la tradujo a la práctica de la vida cotidiana; de hecho, con la palabra y con el ejemplo enseñaron a los novatos de su monasterio este camino de la infancia espiritual, y todos los demás a través de sus escritos, escritos, repartidos por todo el mundo, nadie lee sin querer re-leer una y otra vez , con la mayor alegría del alma y con ventaja. De hecho, esta niña sincera, que floreció en el jardín cerrado del Carmelo, habiendo añadido a su nombre la del Niño Jesús, expresó la imagen en su propia vida; por lo tanto, debe decirse que quien venera a Teresa, venera y elogia el ejemplo divino, que ella copió en sí misma.

Hoy en día, por lo tanto, esperamos que en la mente de los fieles puede venir de un cierto deseo de practicar esta infancia espiritual, que consiste en esto: que todo lo que el niño está pensando y haciendo por naturaleza, incluso lo que pensamos, y lo hacemos para el ejercicio de la virtud. De hecho, como los niños, no manchado por causas ajenas y no pudo ser evitado por cualquiera de esfuerzo pasión, estar seguro en posesión de su inocencia (y ningún medio de engaño y duplicidad sinceramente expresar sus pensamientos y actuar con justicia mostrando externamente que son, de hecho, ), por lo que Teresa apareció de naturaleza angelical en lugar de humana, y adquirió la sencillez del niño, de acuerdo con las leyes de la verdad y la justicia.

Porque en la memoria de la virgen de Lisieux las invitaciones y promesas del Novio divino quedaron bien impresionadas: ” El que es pequeño viene a mí [ 3 ]. Se lo tomará en el seno y se lo acariciará en las rodillas. A medida que la persona caricia de la madre, así os consolaré yo “[ 4 ], por lo que Teresa, consciente de su fragilidad, se basó confiando en la Providencia que, basándose únicamente en su ayuda, podría llegar a la perfección de la santidad de la vida, incluso traer de problemas difíciles, habiendo decidido atenderlo con la total y gozosa abdicación de la propia voluntad.

No es sorprendente, por lo tanto, que en la santa monja se dio cuenta de lo mucho que dijo Cristo: ” Cualquiera que se vuelva tan pequeño como este niño será el más grande en el reino de los cielos ” [ 5 ]. De hecho, la benevolencia divina le agradó enriquecerla con el don de una sabiduría casi singular. Después de haber extraído en gran parte de la verdadera doctrina de la fe de la enseñanza del Catecismo, el asceta de la misma a partir de la Imitación de Cristo y la mística de los volúmenes de su padre Juan de la Cruz, también alimentar su mente y su corazón con asiduidad Al leer las Sagradas Escrituras, el Espíritu de verdad las comunicó y manifestó lo que oculta ” a los sabios y prudentes ” y para revelar ” a los pequeños”.»; De hecho, ella – de acuerdo con el testimonio de nuestro predecesor – fue dotado con tanta ciencia de las cosas del cielo para mostrar a otros el camino seguro de la salvación. Y esta participación por lo que ofrece ricos de la luz divina y la gracia divina brilló en Teresa un fuego tan grande de la caridad, con lo que casi continuamente fuera del cuerpo, finalmente, la consumió, tanto es así que, poco antes de abandonar la vida, él podría declarar con franqueza que ” Él no le había dado a Dios nada más que amor “. También es claro que esta fuerza de la caridad ardiente, el joven Lisieux existía la intención y el compromiso de “trabajar por el amor de Jesús, sólo para complacerlo, a consolar a su Sagrado Corazón y la promoción de la salvación eterna de las almas, que entonces ellos amarían a Cristo para siempre “:

Por lo tanto, venerables hermanos y amados hijos, deseamos firmemente que todos los cristianos que sea digno de participar en este abrumadora efusión de gracias, patrocinado por Santa Teresa; pero con mucha más fuerza que deseamos que se parecen a ella con diligencia para imitarla, comportándose como niños, porque no van a ser tal, como dice Cristo, serán excluidos del reino de los cielos. Si todo se cubrirá este camino de la infancia espiritual, todo el mundo verá cómo se puede lograr fácilmente la corrección de la sociedad humana que hemos propuesto ya desde principios de Nuestro Pontificado y, especialmente, Massimo indicendo el Jubileo.

Así que hacemos nuestra la oración con la que el nuevo Niño St. Teresa de Jesús concluyó su preciosa autobiografía: ” Te rogamos, oh buen Jesús, para cubrir un gran número de pequeñas almas y que elija en la tierra una legión de víctimas, que son dignos de tu caridad “. Entonces que así sea.

 Este texto Completo es © Copyright – Vatican Publishing Library y esta disponible en la pagina oficial del vaticano 

POEMA “VIVIR DE AMOR” DE SANTA TERESITA DE LISIEUX.

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Este poema “Vivir de Amor” lo compuso Santa Teresita de Lisieux ante Jesús Eucarística el 26 de febrero de 1895. Hoy en día, en un mundo donde el amor está tan desvirtuado y la idea de la muerte nos asusta y desconcierta, esta joven Santa, ya cuando su muerte está cerca, nos muestra con una extraordinaria madurez y serenidad que su seguridad es Jesucristo y que su más profundo deseo es morir de amor.


“La noche del Amor, ya sin parábolas,
Jesús decía :”si alguien quiere amarme,
toda su vida guarde mi palabra ;
y le visitaremos yo ¡y mi Padre !
Viniendo a él, por siempre lo amaremos,
¡su corazón será nuestra mansión… !
¡Queremos que él esté, lleno de paz,
en nuestro Amor…” !

Vivir de amor quiere decir tener-Te,
Verbo increado de mi Dios Palabra.
Tú bien sabes, Jesús, que yo te amo
y el Amor de tu Espíritu me inflama.
Sé que, amándote a ti, me atraigo al Padre
y lo guarda mi pobre corazón.
¡Oh, Trinidad , los tres sois prisioneros
de mi amor… !

Vivir de amor vivir es de tu vida,
glorioso Rey, delicia de los santos.
Por mí vives oculto en una hostia,
¡por ti quiero esconderme en el sagrario !
Soledad necesitan los amantes,
siempre estar corazón con corazón.
Me hace feliz tan sólo tu mirada,
¡vivo de amor… !

Vivir de amor, aquí sobre la tierra,
no es instalar mi tienda en el Tabor ;
¡es subir con Jesús hasta el Calvario
y abrazar de su cruz la gran razón… !
En el cielo, mi vida será gozo,
allí nunca jamás habrá dolor.
Mas quiero, entre las penas del destierro,
¡vivir de amor !

Vivir de amor es darse sin medida,
sin reclamar salario aquí en la tierra.
Yo doy sin llevar cuentas,¡ muy segura
de que en el amor el cálculo no entra… !
Le he dado todo al Corazón divino,
pura ternura… ; así, ligera voy
Sin más carga que mi única riqueza :
vivir de amor.

Vivir de amor es disipar el miedo
y el recuerdo de las faltas del pasado.
De mis pecados no percibo huellas,
pues el amor de Dios las ha borrado…
¡Llama divina, purgadora hoguera !,
mi morada establezco en tu fogón,
y entre tus llamas yo canto a mi gusto :
¡Vivo de amor !

Vivir de amor guardar es en sí misma
un gran tesoro en un vaso mortal ;
Mi flaqueza es extrema, Amado mío,
¡lejos de ser un ángel celestial… !
Mas si es verdad que caigo a cada paso,
vienes, por levantarme, en mi favor ;
a cada instante Tú me das la gracia :
¡Vivo de amor !

Vivir de amor es navegar sin tregua,
sembrando paz y gozo en las Hermanas ;
Me urge la caridad, Piloto amado,
pues te veo en todas las almas.
La caridad me guía, ella es mi estrella,
A su luz voy bogando sin error.
Mi divisa está escrita en mi velamen :
« Vivir de amor »

Vivir de amor cuando Jesús se duerme
en medio de una mar embravecida…,
¡oh, no temas, Señor, que te despierte !,
espero en paz la celestial orilla…
La fe muy pronto romperá su velo,
la esperanza adivina su fulgor,
la caridad mi vela hinchada empuja,
¡vivo de amor… !

Vivir de amor es, ¡oh mi buen Maestro !,
suplicarte que extiendas más tu fuego
de tus ministros en las sacras almas,
¡hazlos más puros que ángeles del cielo… !
A tu Iglesia inmortal llena de gloria,
Jesús, no te hagas sordo a mi clamor,
yo por ella me inmolo, soy su hija,
vivo de amor.

Vivir de amor es enjugar tu Faz
y alcanzar el perdón al pecador ;
¡oh, Dios de amor !, que vuelvan en tu gracia
y a tu nombre le canten bendición…
Hasta mi alma llega la blasfemia…,
para borrarla entono esta canción :
« ¡Amo y adoro tu sagrado nombre,
vivo de amor… ! »

Vivir de amor : que yo imite a María,
lavándote con lágrimas y ungüentos
los pies divinos que arrobada besa
y enjuga con sus fúlgidos cabellos…
Se levanta después y quiebra el vaso
y tu rostro embalsama con unción.
¡El ungüento con que unjo yo tu Faz
es mi amor… !

« Vivir de amor,¡ oh qué locura extraña !
-me dice el mundo-,deja de cantar,
no pierdas tus perfumes ni tu vida ;
¡útilmente los debes emplear… ! »
¡Jesús, amarte es pérdida fecunda !
Mis perfumes por siempre te los doy,
Cantaré cuando salga de este mundo :
« ¡Muero de amor ! »

Morir de amor es muy dulce martirio,
¡es el martirio que sufrir quisiera !
Acordad, querubines, vuestras liras,
¡siento que de mi exilio el fin se acerca… !
Llama de amor, consúmeme sin pausa,
vida fugaz, tu carga es mi opresión.
Dulce Jesús, mi sueño se realiza :
¡Morir de amor… !

Morir de amor, esta es mi recompensa,
cuando vea romperse mis cadenas ;
otros bienes no quiero poseer,
Mi Dios será mi grande recompensa.
Por su amor abrasada quiero ser,
deseo verle en eternal fusión.
Ese es mi cielo…, ese es mi destino…
¡¡¡VIVIR DE AMOR !!!

Santa Teresa de Lisieux. Patrona de las Misiones y Doctora de la Iglesia

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Hoy día 1 de octubre la Iglesia celebra con júbilo la memoria de Santa Teresa de Lisieux o Santa Teresita del Niño Jesús, Patrona de las Misiones y Doctora de la Iglesia por el legado que dejó tras su corta pero fecunda vida.

 


Santa Teresa vivió solo 24 años: nació un 2 de enero de 1873 y murió el 30 de septiembre de 1897. En su entierro no hubo más de 30 personas en el cementerio de Lisieux. Sin embargo, esta joven santa dejaría un gran legado de amor para la Iglesia que se conocería con el paso del tiempo.

Un año después de su muerte, a partir de sus escritos, se publica un libro “Historia de un alma” que va a conquistar al mundo porque da a conocer lo mucho que había amado esta religiosa a Jesús.

Fue proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II, quien el 19 de octubre de 1997 dijo: “Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los ‘Doctores de la Iglesia’, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu”.

“El deseo que Teresa expresó de “pasar su cielo haciendo el bien en la tierra” sigue cumpliéndose de modo admirable. ¡Gracias, Padre, porque hoy nos la haces cercana de una manera nueva, para alabanza y gloria de tu nombre por los siglos!”, concluyó san Juan Pablo II.

Biografía. Teresa era la última de cinco hermanas – había tenido dos hermanos más, pero ambos habían fallecido – Tuvo una infancia muy feliz. Sentía gran admiración por sus padres: «No podría explicar lo mucho que amaba a papá, decía Teresa, todo en él me suscitaba admiración».Cuando sólo tenía cinco años, su madre murió, y se truncó bruscamente su felicidad de la infancia. Desde entonces, pesaría sobre ella una continua sombra de tristeza, a pesar de que la vida familiar siguió transcurriendo con mucho amor. Es educada por sus hermanas, especialmente por la segunda; y por su gran padre, quien supo inculcar una ternura materna y paterna a la vez. Con él aprendió a amar la naturaleza, a rezar y a amar y socorrer a los pobres. Cuando tenía nueve años, su hermana, que era para ella «su segunda mamá», entró como carmelita en el monasterio de la ciudad. Nuevamente Teresa sufrió mucho, pero, en su sufrimiento, adquirió la certeza de que ella también estaba llamada al Carmelo.

Durante su infancia siempre destacó por su gran capacidad para ser «especialmente» consecuente entre las cosas que creía o afirmaba y las decisiones que tomaba en la vida, en cualquier campo. Por ejemplo, si su padre desde lo alto de una escalera le decía: «Apártate, porque si me caigo te aplasto», ella se arrimaba a la escalera porque así, «si mi papá muere no tendré el dolor de verlo morir, sino que moriré con él»; o cuando se preparaba para la confesión, se preguntaba si «debía decir al sacerdote que lo amaba con todo el corazón, puesto que iba a hablar con el Señor, en la persona de él».

Cuando sólo tenía quince años, estaba convencida de su vocación: quería ir al Carmelo. Pero al ser menor de edad no se lo permitían. Entonces decidió peregrinar a Roma y pedírselo allí al Papa. Le rogó que le diera permiso para entrar en el Carmelo; el le dijo: «Entraréis, si Dios lo quiere. Tenía ‹dice Teresa‹ una expresión tan penetrante y convincente que se me grabó en el corazón».

En el Carmelo vivió dos misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su instrumento. Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana consistiera en una serie de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con buen ánimo «el camino del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su padre».

A los 23 años enfermó de tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus hermanas del Carmelo. En los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos padres misioneros, uno de ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y les acompañó constantemente con sus oraciones. Por eso, Pío XII quiso asociarla, en 1927, a san Francisco Javier como patrona de las misiones.

Este texto fue tomado de aciprensa.

A continuación algunos textos para profundizar mas en la vida de Santa Teresita de Lisieux:

POEMA VIVIR DE AMOR 

Homilía de Canonización de Santa Teresita de Lisieux

Carta Apostólica «DIVINI AMORIS SCIENTIA» de su santidad JUAN PABLO II

 


SANTA TERESA DE JESÚS – BIOGRAFIA

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Santa Teresa de Jesús es un pilar de nuestra iglesia, una de las tres mujeres proclamadas doctoras, Su vida es fiel reflejo de lo que avisaba a sus monjas: que las gracias recibidas en la oración son para darnos fuerza en servir a los demás. Aunque Teresa es conocida por lo elevado de las gracias místicas y visiones que recibe, su oración no la aparta del mundo, sino que hace que se entregue con especial fuerza y respaldo a las obras que le son encomendadas sufriendo en viajes, discusiones y continuas trabas, burlas y desplantes de sus contemporáneos. aquí les presentamos una breve reseña de su vida.

Nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515.

Su nombre, Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de  Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila Ahumada. En su casa eran 12 hijos. Tres del primer matrimonio de Don Alonso y nueve del segundo, entre estos últimos, Teresa.  Escribe en su autobiografía: “Por la gracia de Dios, todos mis hermanos y medios hermanos se asemejaban en la virtud a mis buenos padres, menos yo”.

De niños, ella y Rodrigo, su hermano,  eran muy aficionados a leer vidas de santos, y se emocionaron al saber que los que ofrecen su vida por amor a Cristo reciben un gran premio en el cielo. Así que se dispusieron irse a tierras de mahometanos a declararse amigos de Jesús y así ser martirizados para conseguir un buen puesto en el cielo. Afortunadamente, por el camino se encontraron con un tío suyo que los regresó a su hogar. Entonces se dispusieron a construir una celda en el solar de la casa e irse a rezar allá de vez en cuando, sin que nadie los molestara ni los distrajese.

Reina entonces en España un espíritu de aventura y conquista: parten guerreros a Flandes, conquistadores a América, y la literatura vive de este espíritu. En manos de Teresa caen algunos de estos libros y entonces ella sueña con ser una de las damas que se acicalan y perfuman para sus galanes ilustres. El coqueteo le gusta, pues encuentra además la complicidad de sus primas y la corteja un primo suyo.

Su madre muere en 1528 contando ella 13 años, y pide entonces a la Virgen que la adopte hija suya. Sin embargo sigue siendo “… enemiga de ser monja,” (Vida 2,8), y al ver su padre con malos ojos su relación con su primo, decide internarla en 1531 en el colegio de Gracia, regido por agustinas, donde ella echará de menos a su primo pero se encontrará muy a gusto.

Providencialmente una persona piadosa puso en sus manos “Las Cartas de San Jerónimo”, y allí supo por boca de tan grande santo, cuán peligrosa es la vida del mundo y cuán provechoso es para la santidad el retirarse a la vida religiosa en un convento. Desde entonces se propuso que un día sería religiosa.

Comunicó a su padre el deseo que tenía de entrar en un convento. Él, que la quería muchísimo, le respondió: “Lo harás, pero cuando yo ya me haya muerto”. La joven sabía que el esperar mucho tiempo y quedarse en el mundo podría hacerla desistir de su propósito de hacerse religiosa. Y entonces se fugó de la casa. Dice en sus recuerdos: “Aquel día, al abandonar mi hogar sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos”.

La santa determinó quedarse de monja en el convento de Ávila. Su padre al verla tan resuelta a seguir su vocación, cesó de oponerse. Ella tenía 20 años. Un año más tarde hizo sus tres juramentos o votos de castidad, pobreza y obediencia y entró a pertenecer a la Comunidad de hermanas Carmelitas.

Poco después de empezar a pertenecer a la comunidad carmelitana,  en el 1537, se agravó de un mal que la molestaba. Quizá una fiebre palúdica. Los médicos no lograban atajar el mal y éste se agravaba. Su padre la llevó a su casa y fue quedando casi paralizada. Pero esta enfermedad le consiguió un gran bien, y fue que tuvo oportunidad de leer un librito que iba a cambiar su vida. Se llamaba “El alfabeto espiritual”, por Osuna, y siguiendo las instrucciones de aquel librito empezó a practicar la oración mental y a meditar. Estas enseñanzas le van a ser de inmensa utilidad durante toda su vida. Ella decía después que si en este tiempo no hizo mayores progresos fue porque todavía no tenía un director espiritual, y sin esta ayuda no se puede llegar a verdaderas alturas en la oración.

Finalmente se recupera y puede volver a La Encarnación dos años después en 1539, atribuye su mejoría a que se encomendó a San José a que le consiguiera la gracia de la curación, y después toda su vida será una gran propagadora de la devoción a San José, Y todos los conventos que fundará los consagrará a este gran santo.

Teresa tenía un gran encanto personal, una simpatía impresionante, una alegría contagiosa, y una especie de instinto innato de agradecimiento que la llevaba a corresponder a todas las amabilidades. Con esto se ganaba la estima de todos los que la rodeaban. Empezar a tratar con ella y empezar a sentir una inmensa simpatía hacia su persona, eran una misma cosa.

En aquellos tiempos había en los conventos de España la dañosa costumbre de que las religiosas gastaban mucho tiempo en la sala recibiendo visitas y charlando en la sala con las muchas personas que iban a gozar de su conversación. Y esto le quitaba el fervor en la oración y no las dejaba concentrarse en la meditación y se llegó a convencer de que ella no podía dedicarse a tener verdadera oración con Dios porque era muy disipada. Y que debía dejar de orar tanto.

A ella le gustaban los Cristos bien chorreantes de sangre. Y un día al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: “Señor, ¿quién te puso así?”, y le pareció que una voz le decía: “Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa”. Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad. Y Dios en cambio le concederá enormes progresos en la oración y unas amistades formidables que le ayudarán a llegar a la santidad.

Teresa tuvo dos ayudas formidables para crecer en santidad: su gran inclinación a escuchar sermones, aunque fueran largos y cansones y su devoción por grandes personajes celestiales. Además de su inmensa devoción por la Santísima Virgen y su fe total en el poder de intercesión de san José, ella rezaba frecuentemente a dos grandes convertidos: San Agustín y María Magdalena.

Para imitar a esta santa que tanto amó a Jesús, se propuso meditar cada día en la Pasión y Muerte de Jesús, y esto la hizo crecer mucho en santidad. Y en honor de San Agustín leyó el libro más famoso del gran santo “las Confesiones”, y su lectura le hizo enorme bien.

Como las sequedades de espíritu le hacían repugnante la oración y el enemigo del alma le aconsejaba que dejara de rezar y de meditar porque todo eso le producía aburrimiento, su confesor le avisó que dejar de rezar y de meditar sería entregarse incondicionalmente al poder de Satanás y un padre jesuita le recomendó que para orar con más amor y fervor eligiera como “maestro de oración” al Espíritu Santo y que rezara cada día el Himno “Ven Creador Espíritu”. Ella dirá después: “El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas”.

Y el Divino Espíritu empezó a concederle Visiones Celestiales. Al principio se asustó porque había oído hablar de varias mujeres a las cuales el demonio engañó con visiones imaginarias. Pero hizo confesión general de toda su vida con un santo sacerdotes y le consultó el caso de sus visiones, y este le dijo que se trataba de gracias de Dios.

Nuestro Señor le aconsejó en una de sus visiones: “No te dediques tanto a hablar con gente de este mundo. Dedícate más bien a comunicarte con el mundo sobrenatural”. En algunos de sus éxtasis se elevaba hasta un metro por los aires (Éxtasis es un estado de contemplación y meditación tan profundo que se suspenden los sentidos y se tienen visiones sobrenaturales). Cada visión le dejaba un intenso deseo de ir al cielo. “Desde entonces – dice ella – dejé de tener medio a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho”. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: “Tan alta vida espero que muero porque no muero”.

Teresa quería que los favores que Dios le concedía permanecieran en secreto, pero varias personas de las que la rodeaban empezaron a contar todo esto a la gente y las noticias corrían por la ciudad. Unos la creían loca y otros la acusaban de hipócrita, de orgullo y presunción.

San Pedro Alcántara, uno de los santos más famosos de ese tiempo, después de charlar con la famosa carmelita, declaró que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa.

La transverberación. Esta palabra significa: atravesarlo a uno con una gran herida. Dice ella: “Vi un ángel que venía del tronco de Dios, con una espada de oro que ardía al rojo vivo como una brasa encendida, y clavó esa espada en mi corazón. Desde ese momento sentí en mi alma el más grande amor a Dios”.

Desde entonces para Teresa ya no hay sino un solo motivo para vivir: demostrar a Dios con obras, palabras, sufrimientos y pensamientos que lo ama con todo su corazón. Y obtener que otros lo amen también.
Al hacer la autopsia del cadáver de la santa encontraron en su corazón una cicatriz larga y profunda.

Para corresponder a esta gracia la santa hizo el voto o juramento de hacer siempre lo que más perfecto le pareciera y lo que creyera que le era más agradable a Dios. Y lo cumplió a la perfección. Un juramento de estos no lo pueden hacer sino personas extraordinariamente santas.

En aquella época del 1500 las comunidades religiosas habían decaído de su antiguo fervor. Las comunidades eran demasiado numerosas lo cual ayudaba mucho a la relajación. Por ejemplo el convento de las carmelitas de Ávila tenía 140 religiosas. Santa Teresa exclamaba: “La experiencia me ha demostrado lo que es una casa llena de mujeres. Dios me libre de semejante calamidad”.

Un día una sobrina de la santa le dijo: “Lo mejor sería fundar una comunidad en que cada casa tuviera pocas hermanas”. Santa Teresa consideró esta idea como venida del cielo y se propuso fundar un nuevo convento, con pocas hermanas pero bien fervorosas. Ella llevaba ya 25 años en el convento. Una viuda rica le ofreció una pequeña casa para ello. San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de la ciudad apoyaron la idea. El Provincial de los Carmelitas concedió el permiso.

Sin embargo la noticia produjo el más terrible descontento general y el superior tuvo que retirar el permiso concedido. Pero Teresa no era mujer débil como para dejarse derrotar fácilmente. Se consiguió amigos en el palacio del emperador y obtuvo una entrevista con Felipe II y este quedó encantado de la personalidad de la santa y de las ideas tan luminosas que ella tenía y ordenó que no la persiguieran más. Y así fue llenando España de sus nuevos conventos de “Carmelitas Descalzas”, poquitas y muy pobres en cada casa, pero fervorosas y dedicadas a conseguir la santidad propia y la de los demás.

Se ganó para su causa a San Juan de la Cruz, y con él fundó los Carmelitas descalzos. Las carmelitas descalzas son ahora 14,000 en 835 conventos en el mundo. Y los carmelitas descalzos son 3,800 en 490 conventos.

Por orden expresa de sus superiores Santa Teresa escribió unas obras que se han hecho famosas. Su autobiografía titulada “El libro de la vida”; “El libro de las Moradas” o Castillo interior; texto importantes para poder llegar a la vida mística. Y “Las fundaciones: o historia de cómo fue creciendo su comunidad. Estas obras las escribió en medio de mareos y dolores de cabeza. Va narrando con claridad impresionante sus experiencias espirituales. Tenía pocos libros para consultar y no había hecho estudios especiales. Sin embargo sus escritos son considerados como textos clásicos en la literatura española y se han vuelto famosos en todo el mundo.   Si quieres leer sus escritos aquí te dejamos un enlace LIBROS Y ESCRITOS

Regresando de la fundación de Burgos, hace parada en Medina del Campo, pero es requerida en Alba de Tormes por la Duquesa de Alba. Está enferma y agotada. Muere en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de Octubre al 15 de Octubre de 1582 (y esto por coincidir con el cambio del calendario Juliano al Gregoriano).

Fue beatificada por Pablo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622, y nombrada doctora de la Iglesia Universal por Pablo VI en 1970. La primera mujer de las tres actuales doctoras de la Iglesia. Las otras son Santa Catalina de Siena y otra carmelita descalza: Santa Teresita del Niño Jesús.

Algunos datos de la biografía fueron tomados de las siguientes paginas:

Santateresadejesus.com EWTN.COM

“La Iglesia Católica celebra la canonización de siete nuevos santos”

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La Iglesia está de fiesta por los siete beatos que han sido elevados a los altares por el Papa francisco, el pasado 14 de octubre en el marco del Sínodo de Jóvenes que se realiza en Roma. Siete hermanos, que por su testimonio de vida y las virtudes heroicas que practicaron, hoy la Iglesia los declara santos, gozando de la Gloria de Dios y a quienes podemos encomendarnos en nuestras oraciones. Entre ellos el Papa Pablo VI y algunos de ellos son los primeros santos declarados por la Iglesia de sus respectivos países, como es el caso de Monseñor Oscar Romero, primer santo de El Salvador y Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, primera santa de Bolivia.


Aquí te presentamos una breve reseña de cada uno de ellos:

1.- Pablo VI

El Beato Pablo VI es el Papa autor de la Encíclica Humanae Vitae, la visionaria encíclica sobre la defensa de la vida y la familia en la que advirtió los problemas que sufre el mundo de hoy a causa de la mentalidad anticonceptiva.

Este Pontífice fue además quien llevó a término el Concilio Vaticano II, iniciado en 1962 por San Juan XXIII.

Giovanni Battista Montini nació en Lombardía (Italia) el 26 de septiembre de 1897. Fue elegido Papa el 21 de junio de 1963. Luego de 15 años de pontificado, falleció en Castel Gandolfo el 6 de agosto de 1978.

2.- Monseñor Romero

El Arzobispo de San Salvador nació en la Ciudad de Barrios (El Salvador), el 15 de agosto de 1917 y murió mártir por odio a la fe el 24 de marzo de 1980, asesinado cuando celebraba la Misa en medio de una naciente guerra civil entre la guerrilla de izquierda y el gobierno dictatorial de derecha.

Según las investigaciones, la autoría del asesinato apunta a un grupo de aniquilación vinculado a la dictadura militar, que creía que Mons. Romero era cercano a la guerrilla marxista debido a su preocupación por los pobres, una acusación alejada de la realidad.

En su lucha por los más pobres y en sus denuncias contra la dictadura, el futuro santo estuvo respaldado por los Papas Pablo VI y San Juan Pablo II.

3.- Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús

Nació el 10 de enero de 1889 en Madrid (España). Después de algunos años dentro de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundó en 1927 una nueva congregación: las Hermanas Misioneras Cruzadas de la Iglesia, con la que sirvió a los más necesitados y a las mujeres en Bolivia.

En 1938 llegó a Argentina donde dio promovió varias instituciones a favor de los jóvenes y los pobres. Murió en Buenos Aires en 1943. Será la primera santa de Bolivia.

4.- P. Vincenzo Romano

Vincenzo Romano fue sacerdote diocesano, nació el 3 de junio de 1751 en Torre del Greco (Italia). Recibió la ordenación sacerdotal en 1775.

Trabajó en la reconstrucción de Torre del Greco, ciudad que quedó casi totalmente destruida luego de la erupción del volcán Vesubio en 1794. Además inventó la “rastreadora”, una estrategia misionera para reunir, con el crucifijo en la mano, a grupos de personas o transeúntes, improvisar una predicación, y luego acompañarlos a la iglesia u oratorio más cercano para rezar juntos.

A menudo se convirtió en un mediador entre los dueños de los corales y los marineros que enfrentaban los riesgos y la fatiga de la pesca. Murió el 20 de diciembre de 1831.

5.- María Caterina Kasper

Nació el 26 de mayo de 1820. En 1845 comenzó su vida junto con algunas compañeras y en 1848, en el día de la Asunción, abrió su hogar a los pobres del país. A la nueva asociación dio el nombre de Esclavas Pobres de Jesucristo.

La madre María Caterina siguió la formación de novicias y la apertura de nuevas casas, incluso en el extranjero, para ayudar a los inmigrantes alemanes. Murió el 2 de febrero de 1898.

6.- Francesco Spinelli

Nació en Milán el 14 de abril de 1853, fue ordenado sacerdote en 1875, comenzó su apostolado entre los pobres en la parroquia de su tío Don Pietro. En 1882 conoció a Caterina Comensoli, que deseaba convertirse en religiosa de una congregación cuyo propósito sea la Adoración Eucarística.

Entre miles de vicisitudes se llega a la fundación de un instituto que debía dividirse. La Madre Comensoli estableció la Congregación de las Hermanas Sacramentinas, y Francesco la de las Hermanas Adoratrices de las Santísimo Sacramento.

Promovió a los marginados, rechazados, y estableció escuelas, oratorios, asistencia a los enfermos o ancianos solitarios. Murió el 6 de febrero de 1913.

7.- Nunzio Sulprizio

Inicialmente estaban programadas seis canonizaciones para el 14 de octubre, según anunció el Vaticano 19 de mayo de este año.

Sin embargo, el 19 de julio el Papa Francisco decidió que Nunzio Sulprizio, fallecido a los 19 años de edad, sea también declarado santo en el marco del Sínodo de los Jóvenes que se realiza en el Vaticano hasta el 28 de octubre.

Nunzio Sulprizio nació en Pescosansonesco (Italia) el 13 de abril de 1817. Durante su infancia padeció las consecuencias de la pobreza, la enfermedad y el maltrato; especialmente de su tío materno.

Desde que sus padres fallecieron, su tío lo obligó a trabajar como herrero en condiciones inhumanas, las cuales le habrían provocado el tumor óseo que lo llevó a la muerte el 5 de mayo de 1836.

Tomado de Aciprensa.

¿Porque ir a misa los domingos?

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El Papa Francisco en la audiencia general del 13 de diciembre del 2018 en su ciclo de catequesis acerca de la eucaristía nos explica ¿Por qué ir a misa el domingo? a continuación el texto completo:

La celebración dominical de la eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia (cf. Catequismo de la Iglesia Católica, n.2177). Nosotros cristianos vamos a misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor, para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, alimentarnos en su mesa y así convertirnos en Iglesia, es decir, en su Cuerpo místico viviente en el mundo.

Lo entendieron, desde la primera hora, los discípulos de Jesús, los que celebraron el encuentro eucarístico con el Señor en el día de la semana que los hebreos llamaban «el primero de la semana» y los romanos «día del sol» porque en ese día Jesús había resucitado de entre los muertos y se había aparecido a los discípulos, hablando con ellos, comiendo con ellos y dándoles el Espíritu Santo (cf. Mateo 28, 1; Marcos 16, 9-14; Lucas 24, 1-13; Juan 20, 1-19), como hemos escuchado en la lectura bíblica. También la gran efusión del Espíritu Santo en Pentecostés sucede en domingo, el quincuagésimo día después de la resurrección de Jesús. Por estas razones, el domingo es un día santo para nosotros, santificado por la celebración eucarística, presencia viva del Señor entre nosotros y para nosotros. ¡Es la misa, por lo tanto, lo que hace el domingo cristiano! El domingo cristiano gira en torno a la misa. ¿Qué domingo es, para un cristiano, en el que falta el encuentro con el Señor?

Hay comunidades cristianas en las que, desafortunadamente, no pueden disfrutar de la misa cada domingo; sin embargo, también estas, en este día santo, están llamadas a recogerse en oración en el nombre del Señor, escuchando la palabra de Dios y manteniendo vivo el deseo de la eucaristía.

Algunas sociedades seculares han perdido el sentido cristiano del domingo iluminado por la eucaristía. ¡Es una lástima esto! En estos contextos es necesario reanimar esta conciencia, para recuperar el significado de la fiesta, el significado de la alegría, de la comunidad parroquial, de la solidaridad, del reposo que restaura el alma y el cuerpo (cf. Catequismo de la Iglesia católica nn. 2177-2188). De todos estos valores la eucaristía es la maestra, domingo tras domingo. Por eso, el Concilio Vaticano II quiso reafirmar que «el domingo es el día de fiesta primordial que debe ser propuesto e inculcado en la piedad de los fieles, de modo que se convierta también en día de alegría y abstención del trabajo» (Cost. Sacrosanctum Concilium, 106)

La abstención dominical del trabajo no existía en los primeros siglos: es una aportación específica del cristianismo. Por tradición bíblica los judíos reposan el sábado, mientras que en la sociedad romana no estaba previsto un día semanal de abstención de los trabajos serviles. Fue el sentido cristiano de vivir como hijos y no como esclavos, animado por la eucaristía, el que hizo del domingo —casi universalmente— el día de reposo.

Sin Cristo estamos condenados a estar dominados por el cansancio de lo cotidiano, con sus preocupaciones y por el miedo al mañana. El encuentro dominical con el Señor nos da la fuerza para vivir el hoy con confianza y coraje y para ir adelante con esperanza. Por eso, nosotros cristianos vamos a encontrar al Señor el domingo en la celebración eucarística.

La comunión eucarística con Jesús, Resucitado y Vivo para siempre, anticipa el domingo sin atardecer, cuando ya no haya fatiga ni dolor, ni luto, ni lágrimas sino solo la alegría de vivir plenamente y para siempre con el Señor. También de este bendito reposo nos habla la misa del domingo, enseñándonos, en el fluir de la semana, a confiarnos a las manos del Padre que está en los cielos.

¿Qué podemos responder a quien dice que no hay que ir a misa, ni siquiera el domingo, porque lo importante es vivir bien y amar al prójimo? Es cierto que la calidad de la vida cristiana se mide por la capacidad de amar, como dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13, 35); ¿Pero cómo podemos practicar el Evangelio sin sacar la energía necesaria para hacerlo, un domingo después de otro, en la fuente inagotable de la eucaristía? No vamos a misa para dar algo a Dios, sino para recibir de Él aquello de lo que realmente tenemos necesidad. Lo recuerda la oración de la Iglesia, que así se dirige a Dios: «Tú no tienes necesidad de nuestra alabanza, pero por un regalo de tu amor llámanos para darte las gracias; nuestros himnos de bendición no aumentan tu grandeza, pero nos dan la gracia que nos salva» (Misal Romano, Prefacio común IV).

En conclusión, ¿por qué ir a misa el domingo? No es suficiente responder que es un precepto de la Iglesia; esto ayuda a preservar su valor, pero solo no es suficiente. Nosotros cristianos tenemos necesidad de participar en la misa dominical porque solo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento y así ser sus testigos creíbles.

El texto completo de esta audiencia esta aquí en esta pagina:

Vatican.va

“LA FE, LOS JOVENES Y EL DISCENIMIENTO VOCACIONAL” Ideas Principales del Sinodo de los Obispos 2018.

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La Iglesia está llevando a cabo en Roma, desde el pasado 3 de Octubre, el Sínodo de los Obispos bajo el tema “Los Jovenes, la Fe y el Discernimiento Vocacional”. En el que el Santo Padre ha insistido en la importancia de la escucha, en que es para la Iglesia un momento de compartir, de acoger las inquietudes de los jóvenes y  abrirse a la novedad.


Todos los obispos allí presente han hecho sus aportes sobre los temas concernientes a la juventud, entre ellos el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Cardenal Robert Sarah, señaló que “aguar” la doctrina moral católica, sobretodo en el campo de la sexualidad, no logrará atraer a los jóvenes. El obispo africano afirmó que la Iglesia y sus pastores deben “proponer valientemente el ideal cristiano que corresponde a la doctrina moral católica y no aguarlo, escondiendo la verdad para atraer a los jóvenes al seno de la Iglesia”.

Por otro lado en su intervención, el Obispo Auxiliar de Montreal (Canadá), Mons. Thomas Dowd, propuso cuatro interesantes preguntas para llegar a una buena catequesis.

Las preguntas que planteó el Prelado canadiense son las siguientes:

1.- ¿Quién es Dios?

2.- Si Dios es bueno, ¿por qué hay mal en el mundo?

3.- Si Dios es bueno y hay mal en  el mundo, ¿qué cosa ha hecho Dios para afrontarlo?

4.- Si Dios es bueno pero hay mal en el mundo y Dios está haciendo algo para afrontarlo, ¿cómo puedo ser parte de esto?

“Mi convicción es que estas preguntas están en el corazón de toda persona, religiosa o no, y que la fe cristiana puede dar una respuesta total a ellas”, aseguró el prelado.

De igual manera, el Arzobispo de Los Ángeles (Estados Unidos), Mons. José Gomez, exhortó a los Padres Sinodales estas palabras, “Necesitamos mostrar a los jóvenes cómo es la santidad, al vivir el Evangelio que predicamos, proclamando a Jesucristo por la forma en que vivimos. Tenemos que llamar a los jóvenes a ser santos y nosotros también debemos ser santos”.

Ya en la ultima semana del Sínodo, que concluirá el 28 de Octubre, los padres sinodales han recibido el proyecto del documento final, que deberá ser discutido antes de la redacción final y que será sometido a votación párrafo por párrafo.

Aunque no ha trascendido en el contenido del proyecto, el tema de las migraciones, que afectan especialmente a jóvenes de países pobres, estará muy presente. Según explicó Mons. Bienvenu Manamika Bafouakouahou, Obispo de Dolisie, República del Congo, los padres sinodales han mostrado mucha preocupación ante este fenómeno.

Mons. Bafouakouahou afirmó que se ha hablado de las causas que empujan a los jóvenes a emigrar, algunas de ellas, como la devastación ambiental por actividades mineras o madereras, no suelen mencionarse.

Desde el comienzo del Sínodo, el tema de las migraciones ha estado muy presente en los debates. Tanto la situación en el Mediterráneo, donde desde hace años se vive una crisis migratoria sin precedentes debido a las guerras en Oriente Medio y al deterioro de las economías africanas, como en los países centroamericanos, ha hecho ineludible esta cuestión.

En este momento, el asunto tiene una especial actualidad debido a la caravana de más de siete mil personas procedentes de Honduras que tratan de llegar a Estados Unidos y que ya se encuentra en México.

Otro tema comentado por Mons. Bafouakouahou es el de la persecución contra los cristianos, “una cuestión delicada que afecta a diferentes regiones del mundo”.

Es un tema “que saldrá en las conclusiones”, aseguró. “Se le está dando una gran atención al martirio, a las personas que derraman su sangre, pero también a otras formas de martirio, además de la muerte: existe también una persecución psicológica que hace perder la identidad a las personas”.

En ese contexto, “hemos escuchado a patriarcas que han pedido ayuda y que nos piden que no nos olvidemos de lo que está pasando en Oriente”.

Además, el Cardenal Luis Antonio Tagle, Arzobispo de Manila, Filipinas, también aseguró que el tema de la comunidad homosexual “ha estado presente en los debates”, por lo menos en los de sus círculos menores. “Mi sensación es que estos temas estarán, no sé de qué forma, pero confío en que estos temas integren el documento final”.

Según señaló el Prefecto del Dicasterio para la Comunicación, Paolo Ruffini, en ese mismo encuentro con la prensa, en la siguiente etapa los padres sinodales “podrán realizar proposiciones para modificar algunos párrafos o añadir otros nuevos”.

Tomado de ACIPRENSA

“DOCUMENTO FINAL DEL SÍNODO DE LOS JÓVENES”

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Tres partes, doce capítulos, ciento sesenta y siete parágrafos y 60 páginas: así se presenta el Documento final de la XV Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre el tema “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. El texto fue aprobado por los dos tercios del Aula, la tarde del 27 de octubre. El Documento ha sido entregado en las manos del Papa, que luego, ha autorizado su publicación.


Esto es lo que dice el Documento Final del Sínodo de los Jóvenes.

 

 “Caminaba con ellos”

En primer lugar, pues, el Documento final del Sínodo examina el contexto en el que viven los jóvenes, destacando sus puntos de fuerza y sus desafíos. Todo comienza con una escucha empática que, con humildad, paciencia y disponibilidad, permita dialogar verdaderamente con la juventud, evitando “respuestas pre confeccionadas y recetas ya preparadas”. Los jóvenes, intactos, quieren ser “escuchados, reconocidos, acompañados” y desean que su voz sea “considerada interesante y útil en el campo social y eclesial”. La Iglesia no siempre ha tenido esta actitud, reconoce el Sínodo: a menudo los sacerdotes y los obispos, sobrecargados por muchos compromisos, tienen dificultad para encontrar tiempo para el servicio de la escucha. De ahí la necesidad de preparar adecuadamente a los laicos, hombres y mujeres, que sean capaces de acompañar a las jóvenes generaciones. Además, ante fenómenos como la globalización y la secularización, los chicos se encaminan hacia un redescubrimiento de Dios y de la espiritualidad, y esto debe ser un estímulo para que la Iglesia recupere la importancia del dinamismo de la fe.

La escuela y la parroquia

Otra respuesta de la Iglesia a las interpelaciones de los jóvenes proviene del sector educativo: las escuelas, universidades, colegios, oratorios, permiten una formación integral de los chicos, ofreciendo al mismo tiempo un testimonio evangélico de promoción humana. En un mundo donde todo está conectado – familia, trabajo, tecnología, defensa del embrión y del migrante – los obispos definen como irremplazable el papel que desarrollan las escuelas y universidades, en donde los jóvenes transcurren mucho tiempo. En particular, las instituciones educativas católicas están llamadas a afrontar la relación entre la fe y las exigencias del mundo contemporáneo, las diferentes perspectivas antropológicas, los desafíos científicos y técnicos, los cambios en las costumbres sociales y el compromiso por la justicia. La parroquia también tiene su papel: “Iglesia en el territorio”, necesita volver a pensar su vocación misionera, porque a menudo es poco significativa y poco dinámica, especialmente en el ámbito de la catequesis.

Los migrantes, paradigma de nuestro tiempo

El Documento sinodal se detiene luego en el tema de los migrantes, “el paradigma de nuestro tiempo” como fenómeno estructural y no como emergencia transitoria. Muchos migrantes son jóvenes o menores no acompañados que huyen de la guerra, violencias, persecuciones políticas o religiosas, desastres naturales, pobreza, y terminan siendo víctimas del tráfico, de las drogas, abusos psicológicos y físicos. La preocupación de la Iglesia es sobre todo por ellos -dice el Sínodo- en la perspectiva de una auténtica promoción humana que pase a través de la acogida de los refugiados y prófugos, y sea punto de referencia para los muchos jóvenes separados de sus familias de origen. Pero no sólo: los migrantes -recuerda el Documento- son también una oportunidad de enriquecimiento para las comunidades y sociedades a las que llegan y que pueden ser revitalizadas por ellos. Resuenan pues, los verbos sinodales “acoger, proteger, promover, integrar”, indicados por el Papa Francisco para una cultura que supere la desconfianza y los miedos. Los obispos piden también un compromiso mayor en el garantizar a quien no querría migrar, el derecho efectivo de permanecer en su propio país. La atención del Sínodo se dirige también a las Iglesias que son amenazadas, en su existencia, por las migraciones forzadas y las persecuciones sufridas por los fieles.

Compromiso firme contra todo tipo de abuso. Luz en la verdad y pedido de perdón

Luego hay una amplia reflexión sobre los “diferentes tipos de abusos” (de poder, económicos, de conciencia, sexuales) cometidos por algunos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos: en las víctimas –se lee en el texto- causan un sufrimiento que “puede durar toda la vida y que ningún arrepentimiento puede remediar”. De ahí el llamamiento del Sínodo a “un firme compromiso a la adopción de rigurosas medidas de prevención que eviten su repetición, a comenzar de la selección y la formación de aquellos a quienes se les confiarán tareas de responsabilidad y educación”. Por lo tanto, será necesario erradicar aquellas formas -como la corrupción o el clericalismo- en las que se injertan estos tipos de abusos, contrarrestando también la falta de responsabilidad y transparencia con la que se han gestionado muchos casos. Al mismo tiempo, el Sínodo expresa su gratitud a todos aquellos que “tienen el valor de denunciar inmediatamente el mal”, porque ayudan a la Iglesia “a tomar conciencia de lo que ha ocurrido y de la necesidad de reaccionar con decisión”. “La misericordia, de hecho, exige justicia”. No deben olvidarse, sin embargo, los numerosos laicos, sacerdotes, consagrados y obispos que se dedican cada día, con honestidad, al servicio de los jóvenes, quienes pueden ofrecer realmente “una ayuda preciosa” para una “reforma de envergadura histórica” en este ámbito.

La familia “Iglesia doméstica”

Otros temas presentes en el Documento tienen que ver con la familia, principal punto de referencia para los jóvenes, primera comunidad de fe, “Iglesia doméstica”: el Sínodo recuerda, en particular, el papel de los abuelos en la educación religiosa y en la transmisión de la fe, y advierte sobre el debilitamiento de la figura paterna y de los adultos que asumen estilos de vida “juveniles”. Además de la familia,  para los jóvenes cuenta mucho la amistad con sus coetáneos porque les permite compartir su fe y ayudarse mutuamente en su testimonio.

Promoción de la justicia “contra la cultura del descarte”

El Sínodo se detiene seguidamente, en algunas formas de vulnerabilidad de los jóvenes en diversos ámbitos: en el trabajo, donde la desocupación juvenil empobrece a las jóvenes generaciones, socavando su capacidad de soñar; las persecuciones hasta la muerte; la exclusión social por razones religiosas, étnicas o económicas; la discapacidad. Frente a esta “cultura del descarte”, la Iglesia debe hacer un llamamiento a la conversión y a la solidaridad, convirtiéndose en una alternativa concreta a las situaciones de malestar. En el lado opuesto, no faltan en cambio los ámbitos en los que el compromiso de los jóvenes se expresa con originalidad y especificidad: por ejemplo, el voluntariado, la atención a los temas ecológicos, el empeño en política para la construcción del bien común, la promoción de la justicia, para lo cual los jóvenes piden a la Iglesia “un compromiso firme y coherente”.

Arte, música y deporte, “recursos pastorales”

También el mundo del deporte y de la música ofrece a los jóvenes la posibilidad de expresarse lo mejor posible: en el primer caso, la Iglesia les invita a no subestimar las potencialidades educativas, formativas e inclusivas, de la actividad deportiva; en el caso de la música, en cambio, el Sínodo se centra en su ser “un recurso pastoral” que interpela también a una renovación litúrgica, porque los jóvenes tienen el deseo de una “liturgia viva”, auténtica y alegre, un momento de encuentro con Dios y con la comunidad. Los jóvenes aprecian las celebraciones auténticas en las que la belleza de los signos, el cuidado de la predicación y el compromiso comunitario hablen realmente de Dios”: por tanto, se les debe ayudar a descubrir el valor de la adoración eucarística y a comprender que “la liturgia puramente expresión de sí misma, sino una acción de Cristo y de la Iglesia”. Las jóvenes generaciones, además, quieren ser protagonistas de la vida eclesial, aprovechando sus propios talentos, asumiéndose responsabilidades. Sujetos activos de la acción pastoral, ellos son el presente de la Iglesia, deben ser animados a participar en la vida eclesial, y no obstaculizados con autoritarismo. En una Iglesia capaz de dialogar de una manera menos paternalista y más directa, de hecho, los jóvenes saben ser muy activos en la evangelización de sus semejantes, ejerciendo un verdadero apostolado que debe ser apoyado e integrado en la vida de las comunidades.

“Se abrieron los ojos”

Dios habla a la Iglesia y al mundo a través de los jóvenes, que son uno de los “lugares teológicos” en los que el Señor se hace presente. Portadora de una sana inquietud que la hace dinámica – se lee en la segunda parte del Documento – la juventud puede estar “más adelantada que los pastores” y por eso debe ser acogida, respetada, acompañada. Gracias a ella, de hecho, la Iglesia puede renovarse, sacudiéndose de encima “la pesadez y lentitudes”. De ahí el llamado del Sínodo al modelo de “Jesús joven entre los jóvenes” y al testimonio de los santos, entre los cuales hay muchos jóvenes, profetas de cambio.

Misión y vocación

Otra “brújula segura” para la juventud es la misión, donde sí mismo que conduce a una felicidad auténtica y duradera: Jesús, en efecto, no quita la libertad, sino que la libera, porque la verdadera libertad es posible sólo en relación con la verdad y la caridad. Estrechamente ligado al concepto de misión, está el de vocación: cada vida es una vocación en relación con Dios, no es fruto de la casualidad o un bien privado que se gestiona por sí mismo -afirma el Sínodo- y toda vocación bautismal es una llamada a la santidad para todos.  Por eso, cada persona debe vivir su propia vocación específica en cada ámbito: profesión, familia, vida consagrada, ministerio ordenado y diaconado permanente, que representa un “recurso” que debe ser desarrollado plenamente aún.

El acompañamiento

Acompañar es una misión que la Iglesia debe llevar a cabo a nivel personal y de grupo: en un mundo “caracterizado por un pluralismo cada vez más evidente y una disponibilidad de opciones cada vez más amplia”, buscar junto con los jóvenes un recorrido específico para hacer elecciones definitivas es un servicio necesario. Destinatarios son todos los jóvenes: seminaristas, sacerdotes o religiosos en formación, novios y jóvenes esposos. La comunidad eclesial es lugar de relaciones y ámbito en el cual, en la celebración eucarística, uno es tocado, instruido y sanado por el mismo Jesús. El Documento Final destaca la importancia del sacramento de la Reconciliación en la vida de fe y anima a los padres, enseñantes, animadores, sacerdotes y educadores a ayudar a los jóvenes, a través de la Doctrina Social de la Iglesia, a asumir responsabilidades en el campo profesional y socio-político. El desafío en sociedades cada vez más interculturales y multirreligiosas es indicar en la relación con la diversidad, una ocasión de enriquecimiento mutuo y comunión fraterna.

No a moralismos y falsas indulgencias, sí a la corrección fraterna

El Sínodo promueve, por tanto, un acompañamiento integral centrado en la oración y en el trabajo interior que valora también la aportación de la psicología y de la psicoterapia, en cuando están abiertas a la trascendencia. “El celibato por el Reino” – se exhorta – debe ser entendido como “un don que debe ser reconocido y verificado en la libertad, la alegría, la gratuidad y la humildad”, antes de la elección final. Se busque acompañantes de calidad: personas equilibradas, de escucha, fe y oración, que se han medido con sus propias debilidades y fragilidades y que, por ello sean acogedoras “sin moralismos ni falsas indulgencias”, sabiendo corregir fraternalmente, lejos de actitudes posesivas y manipuladoras. “Este profundo respeto – se lee en el texto – será la mejor garantía contra los riesgos de plagio y abusos de cualquier tipo”.

El arte del discernimiento

“La Iglesia es el ambiente para discernir y la conciencia – escriben los Padres sinodales – es el lugar donde se capta el fruto del encuentro y de la comunión con Cristo”: el discernimiento, a través de “una confrontación regular con un guía espiritual”, se presenta, por tanto, como un trabajo sincero de conciencia, “sólo puede entenderse como una auténtica forma de oración” y “requiere el valor de comprometerse en la lucha espiritual”. La prueba de las decisiones tomadas es la vida fraterna y el servicio a los pobres. De hecho, los jóvenes son sensibles a la dimensión de la diaconía.

“Se fueron sin demora”

María Magdalena, primera discípula misionera, sanada de sus heridas, testigo de la Resurrección, es el icono de una Iglesia joven. Los esfuerzos y la fragilidad de los jóvenes “nos ayudan a ser mejores, sus preguntas – se lee – nos desafían, las críticas son necesarias porque muchas veces a través de ellas la voz del Señor nos pide conversión y renovación”. Todos los jóvenes, incluso aquellos con diferentes visiones de vida, sin excepción, están en el corazón de Dios. Los Padres subrayan el dinamismo constitutivo de la sinodalidad, es decir, caminar juntos: el final de la Asamblea y el documento final son sólo una etapa, porque las condiciones concretas y las necesidades urgentes son diferentes entre países y continentes. De ahí la invitación a las Conferencias Episcopales y a las Iglesias particulares a continuar el proceso de discernimiento con el fin de desarrollar soluciones pastorales específicas.

Sinodalidad, estilo misionero

“La sinodalidad” es un estilo de misión que nos anima a pasar del yo al nosotros y a considerar la multiplicidad de rostros, sensibilidades, proveniencias y culturas. En este horizonte hay que valorar los carismas que el Espíritu dona a todos, evitando el clericalismo que excluye a muchos de los procesos de toma de decisiones y la clericalización de los laicos que frena el impulso misionero. La autoridad – es la esperanza – se vive en una perspectiva de servicio. Sinodal también sea el enfoque del diálogo interreligioso y ecuménico, orientado al conocimiento mutuo y a la ruptura de prejuicios y estereotipos, así como a la renovación de la vida comunitaria y parroquial para acortar la distancia entre los jóvenes-Iglesia y muestre la íntima conexión entre la fe y la experiencia concreta de vida, debe ser también sinodal. Se formalizó la petición reiterada en el Aula de establecer, a nivel de las Conferencias Episcopales, un “Directorio de pastoral juvenil en clave vocacional” que pueda ayudar a los responsables diocesanos y a los agentes locales a cualificar su formación y su acción “con y para los jóvenes”, ayudando a superar una cierta fragmentación de la pastoral de la Iglesia. Reafirmada la importancia de la JMJ, así como la de los centros juveniles y de los oratorios que, sin embargo, deben ser replanteados.

El desafío digital

Hay algunos desafíos urgentes que la Iglesia está llamada a asumir. El Documento Final del Sínodo trata de la misión en el entorno digital: parte integrante de la realidad cotidiana de los jóvenes, una “plaza” donde pasan mucho tiempo y donde se encuentran fácilmente, un lugar esencial para llegar e involucrar a los jóvenes en las actividades pastorales, la web presenta luces y sombras. Si, por un lado, permite el acceso a la información, activa la participación sociopolítica y la ciudadanía activa, por otro, presenta un lado oscuro – el llamado dark web – en el que se encuentran la soledad, la manipulación, la explotación, la violencia, el cyberbulismo y la pornografía. De ahí la invitación del Sínodo a habitar en el mundo digital, promoviendo las potencialidades comunicativas con vistas al anuncio cristiano, y a “impregnar” de Evangelio sus culturas y dinámicas. Se espera que se creen Oficinas y organismos de cultura y evangelización digital que, además de “fomentar el intercambio y la difusión de buenas prácticas, puedan gestionar sistemas de certificación de los sitios católicos, para contrarrestar la difusión de noticias falsas sobre la Iglesia”, emblema de una cultura que “ha perdido su sentido de la verdad”, fomentando la promoción de “políticas y herramientas para la protección de los menores en la red”.

Reconocer y valorar a la mujer en la sociedad y en la Iglesia

El documento evidencia también la necesidad de un mayor reconocimiento y valoración de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, porque su ausencia empobrece el debate y el camino eclesial: hay una urgente necesidad de cambio por parte de todos – se lee – incluso a partir de una reflexión sobre la reciprocidad entre los sexos. Se espera que “haya una presencia femenina en los organismos eclesiales a todos los niveles, incluso en las funciones de responsabilidad” y que “haya una participación femenina en los procesos de toma de decisiones eclesiales con respecto al papel del ministerio ordenado”. “Es un deber de justicia” – afirma el documento – que encuentra su inspiración en Jesús y en la Biblia.

Cuerpo, sexualidad y afectividad

El Documento se detiene sobre el tema del cuerpo, de la afectividad, de la sexualidad: ante los avances científicos que plantean cuestiones éticas, fenómenos como la pornografía digital, el turismo sexual, la promiscuidad, el exhibicionismo en línea, el Sínodo recuerda a las familias y a las comunidades cristianas la importancia de hacer descubrir a los jóvenes que la sexualidad es un don. A menudo la moral sexual de la Iglesia se percibe como “un espacio de juicio y condena”, mientras que los jóvenes buscan “una palabra clara, humana y empática” y “expresan un deseo explícito de confrontación sobre cuestiones relacionadas con la diferencia entre la identidad masculina y la femenina, la reciprocidad entre hombres y mujeres, la homosexualidad”. Los Obispos reconocen el esfuerzo de la Iglesia por transmitir en el contexto cultural actual “la belleza de la visión cristiana de la corporeidad y de la sexualidad”: es urgente buscar “caminos más apropiados, que se traduzcan concretamente en la elaboración de caminos formativos renovados”. “Es necesario proponer a los jóvenes una antropología de afectividad y sexualidad capaz de dar el justo valor a la castidad” para el crecimiento de la persona, “en todos los estados de vida”. En este sentido, es necesario prestar atención a la formación de agentes pastorales creíbles y maduros desde el punto de vista afectivo-sexual. El Sínodo constata también la existencia de “cuestiones relativas al cuerpo, a la afectividad y a la sexualidad que requieren una elaboración antropológica, teológica y pastoral más profunda, que debe llevarse a cabo de la manera más adecuada y en los niveles más adecuados, desde lo local hasta lo universal”. Entre ellas surgen las relacionadas con la diferencia y la armonía entre la identidad masculina y femenina y las inclinaciones sexuales. “Dios ama a cada persona y también a la Iglesia al renovar su compromiso contra toda discriminación y violencia por motivos sexuales”. Igualmente – continúa el Documento – el Sínodo “reafirma la importancia antropológica decisiva de la diferencia y de la reciprocidad entre hombre-mujer y considera reductivo definir la identidad de las personas a partir de su orientación sexual”. Al mismo tiempo se recomienda “fomentar” los “caminos de acompañamiento en la fe, ya existentes en muchas comunidades cristianas”, de “personas homosexuales”. En estos caminos las personas son ayudadas a leer su propia historia; a adherirse libre y responsablemente a su propia llamada bautismal; a reconocer el deseo de pertenecer y contribuir a la vida de la comunidad; a discernir las mejores formas de alcanzarla. De esta manera ayudamos a cada joven, sin excluir a nadie, a integrar cada vez más la dimensión sexual en su personalidad, creciendo en la calidad de las relaciones y caminando hacia “el don de sí”.

Acompañamiento vocacional

Entre los otros desafíos señalados por el Sínodo está también el económico: la invitación de los Padres es a invertir tiempo y recursos en los jóvenes con la propuesta de ofrecerles un período destinado a la maduración de la vida cristiana adulta que “debe permitir un alejamiento prolongado de los ambientes y de las relaciones habituales”. Además, mientras esperamos un acompañamiento antes y después del matrimonio, se alienta la creación de equipos educativos, incluyendo figuras femeninas y matrimonios cristianos, para la formación de seminaristas y personas consagradas, también con el fin de superar las tendencias al clericalismo. Se requiere una atención especial en la acogida de los candidatos al sacerdocio, que a veces tiene lugar “sin un conocimiento adecuado y una relectura profunda de su historia”: “la inestabilidad relacional y afectiva, y la falta de raíces eclesiales son signos peligrosos. Descuidar las normas eclesiales a este respecto – escriben los Padres sinodales – constituye un comportamiento irresponsable, que puede tener consecuencias muy graves para la comunidad cristiana”.

Llamados a la santidad     

“Las diversidades vocacionales – concluye el Documento Final del Sínodo de los Jóvenes – están reunidas en la única y universal llamada a la santidad. Lamentablemente, el mundo está indignado por los abusos de algunas personas de la Iglesia, más que animado por la santidad de sus miembros”, por eso la Iglesia está llamada a “un cambio de perspectiva”: a través de la santidad de tantos jóvenes dispuestos a renunciar a la vida en medio de la persecución para permanecer fieles al Evangelio, puede renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico.

El regalo del Papa a los participantes del Sínodo

Finalmente, como recuerdo del Sínodo de los Jóvenes, el Santo Padre ha regalado a todos los participantes una baldosa de bronce en bajorrelieve que representa a Jesús y al joven discípulo amado. Se trata de una obra del artista italiano Gino Giannetti, acuñada por el Estado de la Ciudad del Vaticano, emitida en sólo 460 ejemplares.

Este texto completo lo puedes encontrar en vaticannews.va

“REFLEXIONES DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA CARAVANA DE MIGRANTES”

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Uno de los temas principales del pasado Sínodo de los Obispos fue el tema de las migraciones. El Papa nos invita como Iglesia a solidarizarnos con nuestros hermanos, que huyendo de la pobreza y la violencia de sus respectivos países, enfrentan duras situaciones y necesitan de nuestras oraciones.  Este nos explica algunos puntos que caracterizan al migrante que reza, que busca agruparse para sentirse más fuerte en tierras extranjeras y que arriesga hasta la vida buscando un mejor futuro.

 


El Papa Francisco reflexionó sobre la dura situación que atraviesan los miles de hondureños y centroamericanos que forman la caravana migrante y que busca ingresar a Estados Unidos para huir de la pobreza y la violencia en sus países.

En el encuentro que sostuvo este 29 de octubre con los participantes del XV Capítulo General de la Congregación de los Misioneros de San Carlos (scalabrinianos), el Papa afirmó que “el migrante reza. Reza porque necesita muchas cosas y reza a su modo, pero reza. Un peligro para todos nosotros, hombres y mujeres de Iglesia, pero más para vosotros por su vocación, sería el de pensar que no necesitan de la oración”.

“Otro fenómeno de los migrantes –pensemos en la caravana que va de Honduras a Estados Unidos– es el de agruparse. El migrante por lo general busca andar en grupo. A veces tiene que andar solo, pero es normal agruparse porque así nos sentimos más fuertes en la migración”, dijo el Pontífice respondiendo a algunas preguntas de los presentes.

“Allí está la comunidad (…). Siempre la comunidad porque su vocación es adecuada para los migrantes que se agrupan. Siéntanse migrantes, siéntanse migrantes ante las necesidades, migrantes ante el Señor, migrantes entre ustedes. De allí la necesidad de agruparse”, continuó.

Otra característica del migrante, explicó el Papa Francisco, es “arriesgar. A veces también arriesga la vida. La prudencia en ustedes tiene otro tono respecto a la prudencia de un monje de clausura: son prudencias distintas. Las dos son virtud, pero con un carácter distinto. Arriesgar”.

A la pregunta de un scalabriniano que sirve en Guatemala sobre la tentación de no sentirse escuchados por Dios en medio del sufrimiento, el Papa dijo “que es necesario tocar, tocar y tocar sin cansarse; pero en comunidad, todos juntos. Todos juntos pero sabiendo que toda la comunidad reza por este pueblo que sufre tanto”.

Un scalabriniano colombiano que sirve en Asia y Australia solicitó un mensaje para los seminaristas. Francisco dijo que deben ser “migrantes para poder trabajar con los migrantes. Migrantes de Dios, migrantes con la comunidad, migrantes de un pueblo, que se sientan en camino”.

“Y con lo de ser migrantes de Dios que lleven a la oración cosas concretas: que la oración es para pelear, para pelear con Dios! Y si uno pelea, saca las cosas. Deciles eso: que tengan coraje”, concluyó.

 

Solidaridad de los obispos de Costa Rica

 

De otro lado, la Conferencia Episcopal de Costa Rica expresó en un comunicado su cercanía con la caravana de migrantes y alentó a los fieles a acogerlos cuando lleguen al país.

Los prelados alentaron a “sensibilizarnos y comprometernos frente a los flujos migratorios que, causados por la pobreza, la inseguridad y la persecución tienen como destino nuestro país, de manera que sepamos ser una nación solidaria con la población inmigrante”.

“Las realidades migratorias están en el corazón de la Iglesia, lo que se remonta a sus raíces más profundas. Es sobre la dura experiencia migratoria del pueblo de Israel que Dios señala una legislación protectora del inmigrante. ‘No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto’”, indicaron.

“Pedimos a Nuestra Señora de los Ángeles su maternal intercesión en favor de los hermanos migrantes y de quienes pueden actuar acogiéndolos, protegiéndolos, promoviéndolos e integrándolos”, concluyó el comunicado.

 

La caravana migrante

 

La caravana migrante retomó esta madrugada su camino rumbo a Santiago Niltepec, luego de que ayer descansó en Tapanatepec, en el estado mexicano de Oaxaca.

El grupo de más de 7.000 centroamericanos que ingresó a México el 19 de octubre siguió en su mayoría su camino a pie, mientras que las mujeres y niños se movilizaron en algunos vehículos.

Mientras tanto las autoridades de Estados Unidos indicaron que están preparando un contingente de soldados para impedir el ingreso de los migrantes al país.

Las tareas de estos reservistas, entre los que se encuentran médicos e ingenieros, suelen ser de apoyo logístico a la guardia fronteriza que custodia los más de 3.000 kilómetros del límite entre Estados Unidos y México. Asimismo, no pueden impedir que los migrantes soliciten asilo en el país norteamericano.

“Muchos miembros de pandillas y algunos elementos muy malos están mezclados en esta caravana que camina hacia nuestra frontera sur. Por favor, regresen, no serán admitidos en Estados Unidos a menos que sigan el proceso legal. ¡Esta es una invasión a nuestro país y nuestro ejército los espera!”, escribió en su cuenta de Twitter, Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

De otro lado, informa AFP, el domingo 28 de octubre unos 1.500 hondureños que busca unirse a la caravana rompió un cerco de la policía guatemalteca en la frontera con México, pero sin lograr ingresar a territorio mexicano. Por otra parte, unos 300 migrantes salieron el domingo de San Salvador hacia la frontera con Guatemala con objetivo de llegar también a Estados Unidos.

 

Texto tomado de Aciprensa.

6to. MANDAMIENTO: NO COMETERÁS ADULTERIO, “Un llamado al amor”.

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Al igual que la semana pasada, el Papa Francisco dedicó su catequesis de la Audiencia General de este miércoles 31 de octubre en el Vaticano a continuar reflexionando sobre el 6º Mandamiento del Decálogo: “No cometerás adulterio”. Este afirma que “para casarse, no es suficiente con celebrar el matrimonio. Es necesario recorrer el camino que va del ‘yo’ al ‘nosotros’.


El Santo Padre afirmó que “el cuerpo humano no es un instrumento de placer, sino el lugar de nuestra llamada al amor, y en el amor auténtico no hay espacio para la lujuria ni para la superficialidad. ¡Cada hombre y mujer merecen más!”.

Francisco recordó que “la criatura humana, en su inseparable unidad de espíritu y cuerpo, en su polaridad masculina y femenina, es una realidad muy buena destinada a amar y a ser amada”.

Por lo tanto, “el Mandamiento ‘No cometerás adulterio’ nos orienta a nuestra llamada originaria, que es la del amor conyugal pleno y fiel, que Jesucristo nos ha revelado y entregado”.

“El amor fiel de Cristo es la luz para vivir la belleza de la afectividad humana. De hecho, nuestra dimensión afectiva es una llamada al amor que se manifiesta en la fidelidad, en la acogida y en la misericordia”, señaló.

Afirmó que “no se debe olvidar que este Mandamiento se refiere explícitamente a la fidelidad matrimonial, y, por lo tanto, es necesario reflexionar a fondo sobre su significado ‘conyugal’”.

Además, hizo referencia a la Carta de San Pablo a los Efesios en la que dice: “Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla”.

El Pontífice aseguró que “este fragmento de la Escritura, de la Carta de San Pablo, es revolucionario. Pensar con la antropología de aquel tiempo en decir que el marido debe amar a la mujer como Cristo ama a la Iglesia… ¡es una revolución! Quizás, en aquel tiempo fue la cosa más revolucionaria que se dijo sobre el matrimonio. Siempre en el camino del amor”.

En este sentido, se preguntó: “este mandamiento de fidelidad, ¿a quién está dirigido? ¿Sólo a los esposos? En realidad, este mandamiento es para todos, es una Palabra paterna de Dios dirigida a cada hombre y mujer”.

“Recordemos que el camino de la maduración humana es el recorrido mismo del amor que va del recibir cuidados a la capacidad de ofrecer cuidados, de recibir la vida a la capacidad de dar la vida. Ser hombres y mujeres adultos quiere decir llegar a vivir una actitud conyugal y paterna que se manifiesta en las diferentes situaciones de la vida, como la capacidad de tomar sobre sí el peso de otro y amarlo sin ambigüedad”.

El Papa planteó: “¿Quién es, por lo tanto, el adultero, el lujurioso, el infiel? Es una persona inmadura que sólo vive para sí mismo y que interpreta las situaciones en función de su propio bienestar y de su propio beneficio”.

Por lo tanto, “para casarse, no es suficiente con celebrar el matrimonio. Es necesario recorrer el camino que va del ‘yo’ al ‘nosotros’. Cuando lleguemos a descentralizarnos, entonces todo acto será conyugal: trabajamos, hablamos, decidimos, nos encontramos con los demás con una actitud de acogida”.

“Toda vocación cristiana, en este sentido, es conyugal. El sacerdocio lo es porque es la llamada, en Cristo y en la Iglesia, a servir a la comunidad con todo el afecto”.

Francisco repitió: “Toda vocación cristiana es conyugal, porque es fruto del vínculo de amor en el cual todos hemos sido regenerados, del vínculo de amor con Cristo”.

“A partir de su fidelidad, de su ternura, de su generosidad, miramos con fe el matrimonio y a toda vocación, y comprendemos el sentido pleno de la sexualidad”, finalizó.

Texto tomado de ACIPRENSA.


“JESÚS LE HA QUITADO A LA MUERTE LA ÚLTIMA PALABRA”

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Hoy 2 de Noviembre la Iglesia conmemora el Día de los Fieles Difuntos, nuestros hermanos que ya han partido de esta vida y que creemos por la fe que están en el Purgatorio, purificando sus vidas y esperando el día glorioso en que entrarán al Cielo a disfrutar eternamente de la presencia de Dios. La Iglesia nos enseña que es un acto de misericordia rogar por nuestros hermanos y ofrecer misas por ellos y hoy particularmente el Papa Francisco nos recuerda que “Jesús le ha quitado a la muerte la última palabra”.


“Jesús le ha quitado a la muerte la última palabra: quien cree en Él será transfigurado por el amor misericordioso del Padre para vivir una vida eterna y feliz”, es el tweet del Papa Francisco para este 2 de noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos y se inspira en la homilía que pronunció el pasado 3 de noviembre de 2017, durante la celebración Eucarística, en sufragio de los Cardenales y Obispos fallecidos durante ese año.

La realidad de la muerte: dolor y esperanza

En aquella ocasión, el Santo Padre recordaba que, la realidad de la muerte nos pone frente a una situación de dolor por la separación de las personas que han estado cerca de nosotros; pero al mismo tiempo, señalaba el Pontífice, la liturgia alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismos. “Los que duermen en el polvo, es decir, en la tierra, son obviamente los muertos, y el despertar de la muerte no es en sí mismo un retorno a la vida: algunos despertarán para la vida eterna, otros para vergüenza eterna. La muerte – precisaba el Papa – hace definitiva la «encrucijada» que ya está ante nosotros aquí, en este mundo: la senda de la vida, es decir, con Dios, o la senda de la muerte, es decir, lejos de Él”.

Jesús aceptó la muerte para salvar a los hombres

El Papa Francisco comentaba el Evangelio que la liturgia presentaba ese 3 de noviembre de 2017 y decía que, Jesús fortalece nuestra esperanza, cuando dice: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). “Estas palabras remiten al sacrificio de Cristo en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús – indicaba el Pontífice – se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre – Cristo, afirma el Santo Padre – nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de Cristo – agrega – sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un deseo, una imaginación, sino que se vuelve real”.

“La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado”

La esperanza del encuentro final con Dios

Del mismo modo, comentando el Salmo 42: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?», el Obispo de Roma afirmaba que, estas palabras, son palabras poéticas que expresan de manera conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios. “Esta esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a tener una actitud de confianza frente a la muerte: en efecto – precisaba el Pontífice – Jesús nos ha mostrado que esta no es la última palabra, sino que el amor misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión eterna con Él. Una característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante del encuentro final con Dios”.

La esperanza no defrauda

Finalmente, recordando a los Cardenales y Obispos que habían fallecido en ese año, el Papa Francisco dijo que ellos, nos han dejado después de haber servido a la Iglesia y al pueblo que se les confió con la mirada puesta en la eternidad. Por tanto, damos gracias por su servicio generoso al Evangelio y a la Iglesia, al mismo tiempo que nos parece oírles repetir con el Apóstol: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Sí, no defrauda. Dios es fiel y nuestra esperanza en Él no es inútil.

Texto tomado de Vatican News

“RIVALIDAD Y VANAGLORIA, LO QUE DESTRUYE LA COMUNIDAD CRISTIANA”

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La “rivalidad y la vanagloria” destruyen los cimientos de las comunidades, sembrando divisiones y conflictos. Lo ha subrayado Papa Francisco esta mañana del lunes 5 de noviembre, en su homilía de la Misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta. A partir del Evangelio según Lucas (Lc 14, 12-14), el Pontífice además, ha condenado el “egoísmo del interés”, reiterando que la “gratuidad” predicada por Jesús “no es selectiva”.

La gratuidad es universal, no selectiva

La enseñanza de Jesús es clara: “no hagas cosas por interés”, no elijas tus amistades por conveniencia. El razonamiento sólo a base del “interés propio” de uno, de hecho, es “una forma de egoísmo, segregación e interés”, mientras que el “mensaje de Jesús” es exactamente lo contrario: la “gratuidad”, que “ensancha la vida”, “extiende el horizonte, porque es universal”. Los selectivos “son factores de división” y no favorecen “la unanimidad” de la cual San Pablo habla a los filipenses en la primera Lectura. “Hay dos cosas que van en contra de la unidad – insiste el Papa Bergoglio – la rivalidad y vanagloria”.

“E incluso el chismorreo nace de la rivalidad, porque mucha gente siente que no puede crecer, pero para ser más alto que el otro, disminuye al otro con el chismorreo. Una forma de destruir a las personas. La rivalidad. Y Pablo dice: “No. Que en la comunidad no hayan rivalidades”. La rivalidad es una lucha para aplastar al otro. Es fea, la rivalidad: puede hacerse de manera abierta, directa o se puede hacer con guantes blancos; pero siempre para destruir al otro y realzarse a sí mismo. Y como yo no puedo ser tan virtuoso, tan bueno, disminuyo al otro, y así yo permanezco siempre alto. La rivalidad es una forma de este actuar por interés”.

La vanagloria destruye las comunidades

Igualmente dañino es quien alardea de ser superior a los demás.

“Esto destruye una comunidad, destruye una familia, también … Piensen en la rivalidad entre hermanos por la herencia del padre, por ejemplo: esto es algo cotidiano. Piensen en la vanagloria, aquellos que alardean de ser mejores que los demás”.

La vida cristiana nace de la gratuidad de Jesús

El cristiano, continúa el Papa Francisco, debe seguir el ejemplo del Hijo de Dios, cultivando la “gratuidad”: hacer el bien sin preocuparse si otros hacen lo mismo; sembrando “unanimidad”, abandonando “la rivalidad o la vanagloria”. Construir la paz con pequeños gestos significa allanar un camino de concordia en todo el mundo.

“Cuando leemos las noticias de las guerras, pensamos en las noticias sobre el hambre de los niños en Yemen, fruto de la guerra: está lejos, pobres niños… pero ¿por qué no tienen que comer? Pero la misma guerra se hace en nuestra casa, en nuestras instituciones con esta rivalidad: ¡empieza allí, la guerra! Y la paz debe hacerse allí: en la familia, en la parroquia, en las instituciones, en el lugar de trabajo, buscando siempre la unanimidad y la concordia y no el interés propio”.

 

Texto tomado de Vatican News

“¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!”. Homilía del Papa Francisco.

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En este día, en el Evangelio tomado del capitulo 14 de San Lucas, Jesús cuenta la historia de un hombre que ofreció un gran banquete e invito a mucha gente, pero todos se excusaron. El papa Francisco nos hace en su homilía una reflexión sobre la inmensa misericordia de Dios que te busca y te espera y te da oportunidades, pero que es inmensamente justo y al final quien insista en rechazarlo no entrara en el banquete del Reino de Dios.


El pasaje del Evangelio del día, está tomado del capítulo 14 de San Lucas. Casi todo gira en torno a un banquete que un jefe de los fariseos ha organizado y al que también ha invitado a Jesús. En aquella ocasión –  relata la página evangélica de ayer, de la que la de hoy es la prosecución –  el Señor había curado a un enfermo y había observado que muchos invitados trataban de ocupar los primeros puestos. Por lo tanto había recomendado al fariseo que invitara a comer más bien a los últimos, a aquellos que no pueden devolver el favor.

El doble rechazo

En un determinado momento, durante el banquete, y aquí comienza el pasaje de Lucas de hoy, uno de los comensales, exclama: “¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!”.

Es el pasaje del doble rechazo, dijo el Papa. Y entonces Jesús relata la historia de un hombre que ofreció una gran cena y convidó a mucha gente. Sus siervos dicen a los invitados: “¡Vengan, ya está preparado! Pero todos comenzaron a excusarse para no ir. Quien porque había comprado un campo, quien cinco yuntas de bueyes, quien porque acababa de casarse. “Y siempre excusas. Se excusan. Excusarse es la palabra educada para no decir: “Rechazo”. Rechazan, pero educadamente”. Entonces el patrón manda a los siervos a la calle a llamar a los pobres, a los enfermos, a los cojos y a los ciegos, y ellos llegan a la fiesta. “Es el pasaje del Evangelio  – afirmó Francisco – y termina con el segundo rechazo, pero esto de la boca de Jesús”. (…). “Quien rechaza a Jesús, Jesús espera, da una segunda oportunidad, quizá una tercera, una cuarta, una quinta… Pero al final rechaza Él”.

“Y esto del rechazo nos debe hacer pensar en nosotros, en las veces en que Jesús nos llama; nos llama a hacer fiesta con Él, a estar cerca de Él, a cambiar de vida. Piensen que busca a sus amigos más íntimos ¡y ellos lo rechazan! Después busca a los enfermos… y van; tal vez alguno lo rechace. Cuántas veces nosotros sentimos la llamada de Jesús para ir con Él, para hacer una obra de caridad, para rezar, para encontrarlo, y nosotros decimos: ‘Pero, disculpa Señor, estoy atareado, no tengo tiempo. Sí, mañana, no puedo…’. Y Jesús permanece allí”.

Cuántas veces nos inventamos excusas con Jesús

El Papa se preguntó cuántas veces también nosotros le pedimos a Jesús que nos disculpe cuando Él “nos llama para encontrarnos, para hablar, para tener una buena charla”. Y también nosotros rechazamos la invitación de Jesús.

“Cada uno de nosotros pensemos: en mi vida, ¿cuántas veces he sentido la inspiración del Espíritu Santo para hacer una obra de caridad, para encontrar a Jesús en esa obra de caridad, para ir a rezar, para cambiar de vida en esto, en esto que no va bien? Y siempre he encontrado un motivo para disculparme, para rechazar”.

Jesús es buen, pero es justo

Francisco afirmó que al final entrará en el Reino de Dios quien no rechaza a Jesús o quien no es rechazado por Él. Y haciéndose intérprete de quien piensa que tanto Jesús es bueno y al final perdona todo, el Papa objetó:

“‘Sí, es bueno, es misericordioso’ – es misericordioso, pero también es justo. Y si tú cierras la puerta de tu corazón por dentro, Él no puede abrirla, porque es muy respetuoso de nuestro corazón. Rechazar a Jesús es cerrar la puerta por dentro y Él no puede entrar”.

Jesús ha pagado el banquete con su muerte

Pero hay otro elemento sobre el que se dirige la atención del Papa, y precisamente ¿quién paga el banquete? ¡Es Jesús! El Apóstol Pablo en la primera Lectura, “nos hace ver la factura de esta fiesta” hablando de Jesús que ‘se despojó de sí mismo, tomando una condición de siervo y humillándose a sí mismo hasta morir en la cruz. “Con su vida – dijo Francisco – Jesús ha pagado la fiesta. Y yo digo: ‘No puedo’ (…). Que el Señor – concluyó diciendo –  nos dé la gracia de comprender este misterio de dureza del corazón, de obstinación, de rechazo y la gracia de llorar”.

 

Texto tomado de  Vatican News

ANIVERSARIO SACERDOTAL DE NUESTRO FUNDADOR REV. PADRE DARIO BENCOSME

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Hoy 6 de Noviembre la Comunidad de Oración y Evangelización Hijos de María Santísima (COEHMS) estamos de fiesta al celebrar con júbilo el aniversario sacerdotal de nuestro fundador el Rev. Padre Dario Bencosme.

Invitamos a toda la comunidad a unirnos en oracion pidiendo a Cristo, el sumo y eterno sacerdote, que derrame abundantes gracias sobre nuestro pastor, concediéndole un ministerio sacerdotal próspero y dones especiales para que pueda llevar a acabo su misión.

 

ORACIÓN POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES
De Santa Teresita del Niño Jesús

OH Jesús que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra
la obra divina de salvar a las almas
protege a tus sacerdotes especialmente al Rev. Padre Dario Bencosme 
En el refugio de tu SAGRADO CORAZÓN.
Guarda sin mancha sus MANOS CONSAGRADAS,
que a diario tocan tu SAGRADO CUERPO,
y conserva puros sus labios teñidos con tu PRECIOSA SANGRE.
Haz que se preserven puros sus Corazones,
marcados con el sello sublime del SACERDOCIO,
 y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.
Aumenta el número de tus apóstoles,
y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro.
Bendice Sus trabajos y fatigas,
 y que como fruto de Su apostolado obtenga la salvación de muchas almas
que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el Cielo. Amén

 

“EL AGUA ES ESENCIAL PARA LA VIDA” MENSAJE DEL PAPA.

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Este jueves, 8 de noviembre, el Papa Francisco envió un Mensaje a los participantes en la Conferencia Internacional “La gestión de un bien común: el acceso al agua potable para todos”, reunidos en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma. “Los invito a meditar sobre el simbolismo del agua en las principales tradiciones religiosas, exhortándolos igualmente a contemplar este recurso que, como escribió San Francisco de Asís, es multo utile et humile et preziosa et casta”.


El agua es esencial para la vida

En su Mensaje, el Santo Padre señala que, el agua es esencial para la vida. “En muchas partes del mundo, nuestros hermanos y hermanas no pueden tener una vida digna – afirma el Pontífice – debido precisamente a la falta de acceso al agua potable. Las dramáticas estadísticas de la sed, especialmente la situación de aquellas personas que enferman y que a menudo mueren a causa del agua insalubre, es una vergüenza para la humanidad del siglo XXI”.

Asimismo, el Papa Francisco evidencia que, en muchos de los países donde la población no tiene acceso regular al agua potable, ¡no faltan el suministro de armas y municiones que continúan deteriorando la situación! “La corrupción y los intereses de una economía que excluye y mata – subraya el Papa – prevalecen demasiado a menudo sobre los esfuerzos que, de forma solidaria, deberían garantizar el acceso al agua”. Las estadísticas de la sed requieren voluntad y determinación, y todos los esfuerzos institucionales, organizativos, educativos, tecnológicos y financieros no pueden disminuir.

La Iglesia comprometida con el acceso al agua potable

Al respecto, señala el Papa Francisco, he propuesto ya algunas consideraciones sobre este tema en la Encíclica Laudato si’ y en el reciente Mensaje con motivo de la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación. “Espero que quienes intervengan y participen en esta Conferencia puedan compartir en sus  respectivos campos profesionales y políticos la urgencia, la voluntad y la determinación necesarias. La Santa Sede y la Iglesia – afirma el Pontífice – están comprometidas en favor del acceso al agua potable para todos. Este compromiso se manifiesta en muchas iniciativas, como la creación de infraestructuras,  la formación, la advocacy, la asistencia a poblaciones en peligro cuyo suministro de agua está comprometido, incluidos los migrantes, y la llamada a ese conjunto de referencias éticas y de principios que brotan del Evangelio y de una antropología saludable”.

El agua, un bien común

Una antropología adecuada, señala el Papa Francisco, es indispensable para unos estilos de vida responsables y solidarios, para una verdadera ecología, así como para el reconocimiento del acceso al agua potable como un derecho que brota de la dignidad humana y por lo tanto incompatible con el concepto de agua como un producto cualquiera. “Los principios y valores evangélicos deben orientar al compromiso concreto de cada uno hacia al logro del bien común de toda la familia humana. Desde el punto de vista de la fe – recuerda el Pontífice – en cada hombre sediento percibimos la misma imagen de Dios, como leemos en el Evangelio de Mateo: ‘Tuve sed y no me diste de beber’ (Mt 25,42). Esta Conferencia involucra oportunamente a exponentes de diferentes credos y culturas; nunca debe descuidarse la doble dimensión espiritual y cultural del agua, ya que es fundamental para plasmar el tejido social, la convivencia y la organización comunitaria”.

 

Texto tomado de  Vatican News

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